Algunas películas las olvidas enseguida y hay otras que perduran después de verlas. Para que esto último ocurra es fundamental que haya detrás una buena historia, justo lo que cuenta y muy bien, por cierto, Deseos al viento. Esta producción independiente, premiada en numerosos festivales menores, me recuerda un poco a De tal padre, tal hijo, de Koreeda, aunque su desarrollo sea distinto, porque está centrada en el ámbito de las adopciones.
El conflicto que nos presenta es para echarse las manos a la cabeza. Por un lado, tenemos a un exalcohólico que se ha rehabilitado en su paso por la cárcel y se dispone a rehacer su vida, formando una familia con su esposa. Esta le confiesa que, antes de su ingreso en prisión, se quedó embarazada de él y, después de dar a luz, falsificó su firma para entregar a su hijo en adopción. El niño, de seis años ya, vive en un entorno acomodado con sus padres adoptivos, que se llevan algo más que una sorpresa cuando les dicen que, debido a una orden judicial, deben mandar de vuelta al chico con sus progenitores biológicos, tras reclamar estos su custodia.
El relato se podría haber ahogado en su propio caudal melodramático, pero está bien conducido por Jon Gunn, también director de la interesante El caso de Cristo y de la menos lograda El poder de la cruz. Los padres de un lado y de otro no están pintados con tonos blancos o negros. Tienen sus virtudes y defectos, aparte de un problema por delante que corta la respiración. El film, al igual que el de Koreeda, subraya sus acentuadas diferencias sociales.
Es casi inevitable que te preguntes qué harías tú si estuvieras en cada una de las partes. La cinta propone la cuestión de si prevalecen los lazos forjados por el afecto o la sangre y, en el escenario planteado, qué sería lo más correcto. Todo ello mientras un crío que no comprende lo que está sucediendo se enfrenta a una situación traumática.
El largometraje gana mucho con la naturalidad de la interpretación del pequeño Maxwell Perry Cotton, con un creíble Barry Pepper como padre biológico y, sobre todo, con una descarnada Mira Sorvino en el papel de madre biológica. Esta actriz, que se declara cristiana, ganó un Óscar en los noventa, pero su trayectoria en primera línea duró poco. Fue una de las víctimas de abusos perpetrados por Harvey Weinstein, al que, asimismo, acusó de truncar su carrera al ponerla en su lista negra. El talento, sin embargo, no entiende de chantajes y aquí compone un personaje que conmueve. De hecho, si eres de llorar viendo películas, con esta no estaría de más que tuvieses algún pañuelo a mano.