Sentido y sensibilidad

Qué mejor ocasión para hablar de Sentido y sensibilidad que coincidiendo con el día de San Valentín. Esta película dirigida por Ang Lee, hecha con muy buen gusto y narrada de forma reposada, es una de las adaptaciones más destacadas de la obra de Jane Austin, entre otros motivos, porque capta los matices con los que la novelista trata las relaciones de pareja. Asuntos como la elección de la persona adecuada, los amores de distinta intensidad, los no correspondidos o el modo en que el enamoramiento puede nublar el juicio están reflejados en esta cinta.

La trama transcurre en tierras inglesas, en el siglo XIX. La señora Dashwood y sus tres hijas se quedan sin recursos económicos cuando fallece el señor Dashwood, cuya próspera herencia va a parar a un hijo que tenía de su primer matrimonio. Por ello, se ven obligadas a dejar su hogar y se trasladan a vivir a una casa de campo cedida por el primo de la señora Dashwood. Las injustas leyes que impedían heredar a las mujeres y las diferencias sociales de la época son dos de los temas del film.

Las protagonistas del relato son las hermanas Elinor y Marianne Dashwood. Esta última, interpretada por Kate Winslet, es impulsiva y transparente. De ella se enamora el coronel Brandon (Alan Rickman), quien tuvo una relación en el pasado que acabó mal. Elinor, al contrario de su hermana, es reflexiva y reservada. Su personaje, representado por Emma Thompson -también autora del guión adaptado-, siente atracción por Edward Ferrars (Hugh Grant), un hombre al que le gustaría ser pastor de una iglesia, pese a sus nulas aptitudes como orador.

A Marianne le mueve el corazón, mientras que los actos de Elinor están regidos por la razón. Sin embargo, en el amor siempre hay algo irracional, algo difícilmente controlable incluso para los más prudentes. Una es el sentido y la otra la sensibilidad, dos virtudes importantes a la hora de afrontar una relación de pareja.

Kate Winslet y Emma Thompson

El gran romanticismo de esta película contrasta con la falta de pasión del mundo posmoderno. La secuencia en la que Marianne se tuerce el tobillo y es rescatada por un joven que la lleva en brazos, bajo la lluvia, resulta bastante improbable en una historia contemporánea. Ahora, en el mejor de los casos, sería la chica la que transportaría en brazos a su amado, para no herir a nadie.

En Antes del amanecer, estrenada el mismo año que Sentido y sensibilidad pero ambientada en los noventa, dos jóvenes que se conocen en un tren no creen que una pareja pueda llegar a ser feliz. Lo cierto es que si, por ejemplo, emprendes un negocio pensando en que te va a ir mal, parece poco viable que acabes teniendo buenos resultados. Es preferible ser realista, elaborando uno de esos análisis DAFO con los factores internos y externos que podrían afectarte. No sé si habría que hacer algo similar antes de casarse, puesto que varias cosas fallan cuando, en España y otros países, más de la mitad de los matrimonios que se celebran terminan en divorcio.

A medida que aumentan los recursos materiales, que deberían facilitarnos la vida, se percibe un mayor vacío en la sociedad. Si nos focalizamos en lo material, en vez de valorarlo como accesorio, el materialismo nos va haciendo individualistas. Hoy en día cualquiera entiende que debe sacrificarse para labrarse un futuro laboral, sin embargo, sacrificarse por una pareja es otro cantar. Suena anacrónico. No obstante, al igual que tu realización profesional requiere esfuerzo, una relación no crece por sí sola si no la cuidas. Y claro que puede irte mal, pero un negocio también o un trabajo por el que has luchado, y eso no significa que tengas que tirar la toalla de antemano. «Comprometerse es correr un riesgo, correr el riesgo del fracaso», escuchamos en To the Wonder.

Antes del amanecer muestra muy bien las relaciones exprés de nuestra época, la búsqueda de sensaciones inmediatas. El matrimonio, por contra, es un compromiso a largo plazo, al que aspiran los personajes de las novelas de Jane Austin. Sus heroínas son mujeres inteligentes que sufren las contrariedades de su época, pero que no consideran que un vínculo amoroso sea un obstáculo para su autorrealización, sino al contrario. Es paradójico que ahora se reivindique constantemente la libertad, cuando se supone que nunca ha habido más libertad. Tal vez, nada pueda liberarnos más que romper con las cadenas del individualismo, y escoger la opción de ser libres para amar y ser amados.