Sobre el gran clásico de Capra ¡Qué bello es vivir! he leído y escuchado, en varias ocasiones, calificativos que tachan al film de blando y edulcorado. No puedo estar más en desacuerdo, porque bajo la carcasa de película navideña se despliega el drama de un hombre obligado a renunciar a sus altas aspiraciones, para que su hermano pueda ir a la universidad. A cambio, la vida le ha deparado una familia estupenda y trabaja en un pequeño banco desde el que ayuda a sus vecinos. Sin embargo, está tan frustrado, por no haber alcanzado el éxito profesional que esperaba, que una serie de acontecimientos acabarán llevándole al borde del suicidio. Personalmente, no me resulta un argumento precisamente liviano.
Frank Capra sufrió una profunda transformación cuando, estando gravemente enfermo, un desconocido le reprochó que ofendiera a Dios al no utilizar adecuadamente sus cualidades. Refiriéndose a Hitler, a quien se oía en ese momento por la radio, le dijo: «¿Oye a ese hombre? ¿A cuántos habla? ¿Quince, veinte millones? ¿Y cuánto tiempo? ¿Veinte minutos? Usted puede hablar a cientos de millones, durante dos horas».
Aquellas palabras marcaron a un cineasta cuya producción iría tomando un cariz más humanista e insistiría en sus críticas hacia aquellos que ostentan el poder y no lo emplean para el bien común, como el huraño banquero de ¡Qué bello es vivir!. El optimismo de sus largometrajes le acarreó muchas críticas y el sarcástico apodo de la Abuelita, aunque a mí esto de abuelita más bien me recuerda a su comedia Arsénico por compasión.
Parece pues que el recelo hacia las tramas con buenos sentimientos no es algo actual. Bien es cierto que hay una delgada línea entre emotividad y sensiblería, pero también es constatable el hecho de que las cintas con temáticas oscuras tienden a ser más valoradas. Actualmente, entre los realizadores más reconocidos figuran algunos autores en cuya obra apenas se atisba bondad en su representación del ser humano y no digamos ya una visión trascendente.
En Hollywood, salvo casos puntuales, el único que aborda historias abiertamente espirituales es Terrence Malick, gracias a la libertad creativa que le ha proporcionado su enorme talento. Salvo esta excepción, hay que venirse hasta Europa o mirar hacia el humanismo de algunos directores asiáticos para encontrar propuestas más trascendentes, conformadas sin tantas limitaciones comerciales. El cine norteamericano continúa denunciando injusticias con solvencia, de eso no hay duda, pero ganan los pesimistas, sin un Capra para darles la réplica.