Eugène Green es uno de los cineastas más atípicos del panorama internacional. Su narrativa es ajena a patrones prestablecidos y sus relatos son de una insólita profundidad espiritual, desmarcada del relativismo contemporáneo. Alumbra películas tan poco convencionales que la repercusión de las mismas se limita a públicos reducidos, al igual que lo más reciente del últimamente incomprendido Terrence Malick, el otro gran místico del siglo XXI.
Nacido en Nueva York hace setenta y un años, Green se trasladó a vivir a París a finales de los sesenta, atraído por la cultura europea y por la lengua francesa. Esto último no es insustancial para alguien que profesa un amor casi reverencial a la palabra. En la ciudad de la luz fundó una compañía dedicada a impulsar el teatro barroco. Su carrera cinematográfica, sin embargo, tardó en arrancar. Superaba ya la cincuentena cuando llegó a la cartelera, en 2001, el primero de sus ocho largometrajes.
Uno de sus grandes referentes es Robert Bresson, al que tuvo la oportunidad de ver trabajar en directo en El diablo, probablemente (1977), donde participó como extra. Su estilo es estático y sobrio, muy bressoniano, pero con carácter propio. Es habitual que sus actores hablen de frente a la cámara, como si se dirigiesen al espectador. Aunque pueda resultar desconcertante, el director dice no estar interesado en reproducir la vida real, sino en «… que la audiencia sea capaz de ver una realidad que se le escapa en el día a día. Una realidad espiritual»1.
Su primera cinta estrenada en España, festivales aparte, fue Le fils de Joseph (2016). En esta historia ahonda en el sentido de la paternidad, formulando una alegoría de la Sagrada Familia ambientada en la época actual. La trama sigue a un joven, abandonado por su padre, que busca encontrar respuestas, mientras su bondadosa madre le apoya incondicionalmente. Green apunta la prevalencia de los lazos afectivos a los de sangre y, en todo caso, subraya el valor de una auténtica unión paternofilial. Acerca de esto señala que «… los niños tienen necesidad de este vínculo con el padre o la madre; a menudo la gente ve los niños como un bien de consumo y es este el lado subversivo del film»2.

Fotograma de Le fils de Joseph
Uno de sus trabajos más redondos es La religiosa portuguesa (2009), en la que realiza un bello homenaje a Lisboa, sin recurrir a efectismos. Trata sobre una actriz francesa que interpreta a una monja en una película, dirigida en la ficción por el propio Eugène Green, que suele reservarse algún pequeño papel en sus producciones. La actriz, de vida amorosa desordenada, comienza a sentir fascinación por una religiosa que reza por las noches en una capilla. En ella advierte el reverso a su superficial y solitaria existencia, a la par que encuentra una guía en su camino hacia el amor verdadero.
Hay un momento clave en el proceso de transformación interior de la protagonista, que transcurre en un bar donde escucha dos fados seguidos, mostrados sin cortes. Esta opción narrativa, antinatural en el apresurado cine de hoy día, no es un capricho del realizador, que entrega una secuencia de una gran carga simbólica y deja patente su sello personal.
Este film, desarrollado en tierras portuguesas, avanza sin prisa pero sin pausa, con una cadencia similar a la de Le fils de Joseph. A su ritmo, el relato va tomando forma, tornándose en un conjunto coherente, tras su aparente sencillez. La propuesta irradia esperanza y presenta un sólido trasfondo religioso, expuesto sin cortapisas, con la misma naturalidad con la que Green manifiesta que «… la única esperanza para Europa, y en realidad para el mundo entero, es reencontrar su espiritualidad… no creamos que -la espiritualidad- nos cierra al exterior. Al contrario, nos abre a él. Si nos refugiamos solo en la razón, vivimos con una mentalidad cerrada y no hay comunión con los otros»3.
En la obra de este francés de adopción la música tiene una gran importancia, si bien nunca la emplea para suscitar emociones. Se reduce a ocasiones muy puntuales, articulándose como una expresión artística, ligada a veces a la trama, de la misma manera que otras modalidades como la arquitectura, la pintura o la literatura. Según el autor: «… el cine no puede cambiar el mundo en un sentido político… Pero sí creo que el arte puede cambiar el interior de una persona y, desde ahí, sí se puede cambiar la sociedad»1.
La arquitectura cuenta con un especial protagonismo en La Sapienza (2014), donde un prestigioso arquitecto francés, ateo y racionalista, viaja a Italia para estudiar las obras de Borromini. Su desencanto por la vida contrasta con la vitalidad de un aspirante a arquitecto al que conoce y que le acaba acompañando. En su trayecto reflexionan sobre el significado de la luz en los edificios sagrados, debatiendo acerca de si es un mero ente físico o más bien se trata de una luz espiritual que nos puede encaminar a Dios.
Ahora que tanta gente grita en la televisión o en Twitter sin prestar demasiada atención a la congruencia del contenido y, menos aún, al parecer de otros, se agradece que algunos sigan dando valor a la palabra. También resulta reconfortante el cine de un director sin miedo a adentrarse en el misterio de la existencia, oponiéndose a un materialismo que, como afirma, incluso ha convertido al amor en un producto de consumo: «Creo que el amor nos traslada siempre a algo superior… nos elevamos espiritualmente a través del amor, y nos acercamos a Dios. ¿No es acaso uno de sus mandamientos amaos los unos a los otros? Y sí, creo que el amor es la clave de mi cine»3.
2. F. Algarín Navarro, M. Armas, M. Praena y C. Sanz, Una voz que abre los ojos. Lumière, 7-11-16.
3. V. Paz Morandeira, Eugène Green: «La única esperanza para Europa es encontrar su espiritualidad». A Cuarta Parede, 08-07-15.