A mediados de los ochenta, Ennio Morricone alumbró una de las bandas sonoras más emblemáticas de la historia. El italiano logró aunar en La misión lo terrenal y lo celestial, mediante sonidos étnicos y coros litúrgicos. Su partitura, que siempre estará ligada a las cataratas del Iguazú, tiene la capacidad de llegar al alma y elevar emocionalmente al espectador hacia lo eterno.
La misión está ambientada en tierras de Sudamérica, en el siglo XVIII. Uno de sus protagonistas es el padre Gabriel, que está interpretado por Jeremy Irons. El jesuita trata de ser admitido por los guaraníes -tras el frustrado intento de otro misionero-, valiéndose únicamente de un oboe. El poder de la música hará el resto. Más adelante, se incorpora a la misión un converso, extraficante de esclavos, representado por Robert De Niro. La armonía del lugar se verá amenazada por los acuerdos territoriales entre España y Portugal.
Una vez finalizado el rodaje, Fernando Ghia, uno de los productores, y el director Roland Joffé invitaron a Morricone a una proyección en Londres de la película sin música. El compositor quedó tan conmovido que les dijo que no necesitaban banda sonora. Pese a su negativa inicial, la insistencia de los responsables de la cinta le impulsó a aceptar el encargo, sobreponiéndose al temor que tenía de echar a perder el resultado.
Es obvio que le había inspirado profundamente lo que había visto, porque, lejos de estropear nada, aportó al relato una insólita intensidad dramática y espiritual. Una de las principales dificultades que encontró fue la de tener que sincronizar una melodía con el instrumento que tocaba el padre Gabriel. El reto, sin embargo, deparó Gabriel’s Oboe, una muestra de que el transalpino estuvo tocado por la mano de Dios. Pero el dicho de que nunca llueve a gusto de todos se cumplió con las primeras reacciones a su trabajo, pues, según declaró Morricone en una entrevista, el productor inglés del film estaba «decepcionado»1 y quería a otro compositor. Se refería a David Puttnam.
La Orquesta Filarmónica de Londres interpretó la banda sonora para el largometraje. La composición combinaba de forma magistral el sonido del oboe con música coral y étnica, de modo que también participaron en la grabación la coral London Voices y el grupo de folklore andino Incantation.
A lo largo de su extensa carrera, Ennio Morricone se ha distinguido, entre otras cosas, por ser un autor muy prolífico. Entre películas, documentales, cortometrajes y series supera las quinientas creaciones. De todas ellas, La misión es la que considera más representativa a nivel personal: «En esta música me veo retratado tanto emocional como intelectualmente»2.
El maestro italiano es un hombre religioso, que no esconde su fe ante los medios. Hace unos años, un jesuita le pidió que escribiera una misa con motivo del doscientos aniversario de la reconstitución de la Compañía de Jesús. Antes de la presentación de la obra en el Vaticano, su mujer, María, y él conocieron al papa Francisco: «María y yo nos echamos a llorar; Francisco nos miró en silencio»1. Durante ese encuentro y tras ver la última secuencia de La misión son las dos únicas veces en las que Morricone dice haber llorado en su vida.
La cinta protagonizada por unos sobresalientes Irons y De Niro ganó en Europa el galardón más prestigioso, la Palma de Oro. En Estados Unidos su aceptación fue menor entre la crítica y el público. Eso no le impidió acumular siete nominaciones a los premios Óscar, pero solo materializó el correspondiente a la fotografía. Es incomprensible que los académicos no le concediesen la estatuilla a la banda sonora. Se la llevó la música de jazz de Alrededor de la medianoche, aunque no hace falta decir que la composición que ha perdurado en el tiempo es la de Morricone, reconocida, al menos, con el BAFTA y el Globo de Oro.
La partitura de La misión forma parte de la larga lista de grandes bandas sonoras ignoradas en los Óscar, junto a la potente música de Gladiator, de Lisa Gerrard y Hans Zimmer; Braveheart, de James Horner; o El último mohicano, de Trevor Jones y Randy Edelman, que ni siquiera estuvo entre las candidatas. La Academia intentó enmendar su injusticia con Ennio Morricone entregándole un Óscar honorífico, en la ceremonia de 2007. Casi una década más tarde, el por entonces octogenario compositor, recibiría un nuevo Óscar por su trabajo en Los odiosos ocho.
2. A. Pardo, David Puttnam: un productor creativo. Madrid: Rialp, 1999.