Hoy nos acompaña en nuestro camino Ángel Rojo, un laico comprometido, casado desde hace casi diecisiete años con Consoli y padre de dos niñas. Nacido en Cáceres y trabajador de un banco, desde siempre ha estado muy vinculado a la parroquia de San José, donde da catequesis a los jóvenes cada semana. Una tarea que comenzó después de ser invitado por un amigo, con el que acababa de confirmarse. Durante mucho tiempo perteneció al movimiento de renovación carismática y, a día de hoy, se sigue identificando con una espiritualidad que, según me comenta, cambió su vida. Es cofrade desde los catorce años y, aunque aquí todos le relacionamos con la Hermandad del Amor -de la que lleva seis años siendo mayordomo-, se inició en el Nazareno. Con la amabilidad que le caracteriza, responde a nuestras preguntas después de su catequesis de los viernes, afirmando: “debo dar testimonio de mi vida, estoy obligado a ello. Después de lo que Cristo ha hecho en mi vida, no puedo decir que no”.
¿Cómo compaginas la vida familiar y laboral, con tus tareas parroquiales y cofrades?
La compagino por la sencilla razón de que he tenido la suerte de encontrar a la que hoy es mi mujer. Ambos vivimos en la misma fe y la intentamos transmitir a nuestras hijas. Paso mucho tiempo en la iglesia, ella está ahí conmigo y muchas veces, cuando las niñas eran más pequeñas, nos preguntaban cómo podíamos estar tanto en la iglesia y es porque detrás de nosotros había unas personas que han estado ahí, en silencio, que han sido mi madre y mi suegra. Cuando teníamos que ir a alguna reunión siempre nos daban un sí para quedarse con las niñas, y ese es un sí que hemos podido utilizar para dar más a la iglesia. Si no, alguno de los dos hubiera tenido que dar un paso atrás, quedarse en casa. La ayuda de ellas ha sido bastante importante.
¿Qué te aporta esta labor espiritual?
Todo. Porque cuando una persona se enamora de Cristo ya todo pasa, ya todo da igual. Muchas veces es cansado… Yo doy catequesis de confirmación los viernes a las cinco, pero antes era a las cuatro y media, y salgo de trabajar a las tres. Llegaba a casa, comía y algunas veces iba sin ganas de nada. Llegaba a la catequesis malo psicológicamente, mentalmente, y salía nuevo. ¿Cómo podía ser? Porque es un convivir con los chavales. La fe que se transmite, contagia y, a la vez, aprendes de ellos. Cada vez que ves a Cristo te olvidas de ti mismo. Sobre todo cuando transmites aquello que has vivido y haces de tu vida una experiencia.
¿Qué crees que nunca debe faltar en el día a día de un cristiano?
La oración es fundamental. Pero fíjate lo que te digo, la oración de un continuo diálogo con Dios, pero de tú a tú. Está bien la oración del Padre Nuestro, del Santo Rosario… perfecto. Pero de tú a tú. Levantarte por la mañana y decir: «gracias Padre, porque me has regalado un día más»; «gracias Padre, por mi familia»; «gracias Padre, porque tengo este problema y no sé cómo lo voy a solucionar, pero vas a estar ahí». Muchas veces pienso en lo que me toca afrontar hoy, lo que tengo que hacer en mi vida laboral, esto, lo otro y me digo: «bueno, pues mira, que el Señor me ayude, porque humanamente tenemos nuestras limitaciones y debemos dejarlo todo en manos del Señor».
Es necesaria muchísima oración y una cosa muy importante: tener sentido de pecado, que creo que se ha perdido en esta vida. Nos hemos convertido en pequeños dioses, nos creemos santos e irreprochables ante Dios, y no reconocemos que, a veces, nos confundimos y erramos. Y ese sentimiento de saber que puedo pecar, puedo confundirme y herir los sentimientos de los demás, es muy importante.
En una época de secularización creciente, ¿cómo debería orientarse la evangelización desde las comunidades?
Es fuerte la pregunta que me planteas y preocupante. Muy preocupante. Ahora mismo mi cofradía está trabajando en el Sínodo Diocesano. Como bien sabrás, el último tema que estamos trabajando se refiere a que no tenemos suficientes sacerdotes. ¿Qué debemos hacer nosotros? ¿Dónde está nuestra labor como seglares comprometidos con la Iglesia? Pues hay que dar un testimonio radical en nuestras vidas. No avergonzarse de ser cristiano y de ser quién eres.
Me preguntabas al principio que dónde trabajaba. Trabajo en un banco y mis clientes saben que soy católico, que voy a misa, que soy cofrade. ¡Que sepan de qué va tu vida! Tenemos que evangelizar a diestro y siniestro, a toda costa. Y hay que evangelizar con nuestra propia vida, con nuestro testimonio.
Y en este contexto, ¿de qué manera se debería trabajar con los jóvenes?
Hace mucho tiempo que se venía hablando de que los jóvenes eran el futuro y en una charla escuché a un sacerdote que dijo: “Los jóvenes son el presente”. ¡Claro que son el presente! Porque si pensamos que son el futuro, pues ya lo arreglaremos ¿no? Y hay que intentar transmitirle una Iglesia viva, una Iglesia transparente, de la que ellos se puedan enamorar y que les guste, respetando siempre lo principal. No por decir que entren los jóvenes, tenemos que convertirla en Sodoma y Gomorra. Siempre debe haber un respeto a la institución de la Iglesia y, a lo más sagrado, que es la Eucaristía.
Seguimos teniendo el concepto de que la Iglesia es de curas, de monjas y de beatos, y eso hay que borrarlo de la mente de los jóvenes. Nos tienen que sentir cercanos, debemos hacer una Iglesia viva y activa, en la que los jóvenes estén a gusto. Porque quizá a un joven no le atraiga mucho sentarse en un banco y rezar el Santo Rosario, que es mi oración preferida, pero se le puede hacer una oración a su medida: con cantos, dinámicas… Hoy les decía en la catequesis de confirmación que no les obligo a ir a misa, porque no quiero eso, quiero que se enamoren de Cristo. Y necesitan a alguien que se lo diga y que te vean convencido de ello.
Hace años leí en un boletín de tu hermandad un testimonio tuyo que se me quedo grabado, sobre el difícil nacimiento de vuestra hija pequeña. ¿Qué papel juega la fe en una experiencia dolorosa?
Total. Lo diré siempre. Matilde nació un lunes de carnaval y, a los dos días, yo me tuve que ir a Madrid con ella, quedando aquí a mi mujer ingresada. Fue un Miércoles de Ceniza, detrás de una ambulancia. Cuando le dieron el alta a mi mujer, también se fue para allá y pasamos toda la Cuaresma en Madrid. La niña estuvo en pre-UCI, hasta que la operaron a los veintiséis días. Todas las mañanas hacíamos lo mismo: llegábamos desde un piso tutelado que teníamos, subíamos a ver cómo estaba la niña y el informe médico, y bajarnos a la capilla del Gregorio Marañón a rezar el Santo Rosario. Después nos sentábamos en la sala de espera de la UCI y entrábamos cada cierto tiempo. Comíamos allí, por la tarde escuchábamos misa en la capilla y volvíamos al piso a dormir. Era un constante orar. Imponíamos las manos a nuestra niña en la cuna, invocando la fuerza del Espíritu Santo sobre ella, para que la sanara. Le teníamos puesta en la mesilla una reliquia de la beata Madre Matilde. Fue una Cuaresma distinta y el culmen llegó cuando le dieron el alta un Domingo de Resurrección. No podía ser otro día.
La niña tuvo todas las recaídas del mundo y estuvo toda la Cuaresma con problemas. Justamente en Semana Santa, un sacerdote me llamó el día antes del Domingo de Ramos diciéndome que iba a decir misa en la capilla del colegio (San José). Yo le pedí que tuviera presente a mi hija y fue impresionante que, a partir de ese día, la niña empezase a mejorar. El Jueves Santo salió de la UCI y el domingo nos fuimos para casa. Fue para mí el mayor milagro. La fe es donde tienes que apoyarte. Ahí es donde encuentras la debilidad del hombre, donde te encuentras inútil por completo y descubres que no vale el dinero, que Dios lo vale todo. Es cuando te das cuenta de la miseria del hombre y la grandeza de Dios.
¿Qué has aprendido de tus hijas que te haya marcado como padre?
Primeramente de María, que tiene 16 años, su madurez hasta ahora es increíble. Es una niña que cuando se confirmó, le dije: «hasta aquí ha llegado mi obligación como padre en la fe. Tú hoy has confirmado tu fe. Tú hoy tienes que decidir». Y decidió seguir de catequista en la parroquia. Tiene sus ataques de adolescente como cualquier otro niño, lo cual es lógico y normal, porque si no tendría que llevarla al médico y decirle que mi hija no es normal.
Y de la chica es la fortaleza y la viveza que tiene. Me ha marcado mucho, porque para mí todo lo que ella hace es un mundo. Cuando vinimos de Madrid nos dijeron los médicos que, al haber estado tanto tiempo en UCI, podía ser que tardara más en andar o en hablar, y empezó a andar incluso antes que su hermana. También es muy cariñosa… Aprendo mucho de ellas.
Tu hermandad es un ejemplo de integración entre cofradía y parroquia, que no siempre es fácil. ¿Cuál es la clave para una buena convivencia?
Cuando la cofradía nace, lo hace en el seno del colegio San José, muy vinculada al sacerdote que estaba por aquellos entonces. Ahora está Moncho y todos los sacerdotes que han pasado, han colaborado mucho. Nosotros pronto vimos que una cofradía no era solo sacar una imagen a la calle, que había que integrarse. Entonces se creó el coro, que fue un grupo de gente joven, en el que estaba mi mujer y catequistas que animaban las misas.
En el momento más difícil, fue la propia parroquia quien no quiso romper los lazos. Lo sabe muy poquita gente. Cuando nosotros decidimos abrir la puerta de la capilla de Santa Gertrudis para salir de allí, nadie se negó. Solo tuvimos una negativa y fue del consejo pastoral parroquial. Nos dijeron que no, porque entonces les abandonábamos. Así es que, cuando finalmente abrimos la puerta, ese mismo consejo nos dijo que nunca perdiéramos las raíces de la parroquia y que, una vez al año, la Virgen visitara la parroquia. Y desde entonces, el último fin de semana de septiembre, Nuestra Señora de la Caridad va a la parroquia un jueves y regresa el domingo, después del triduo. Para que ese estrecho vínculo funcione, la cofradía tiene que saber el papel que ocupa.
¿Cómo se gestionan los conflictos en el ámbito cofrade?
Los conflictos los hay y ocultarlos… En la junta de gobierno se exponen los temas, se vota y se acata lo que haya salido por mayoría. Eso sí, se vota, pero anteriormente ha habido una exposición de los temas. Si el conflicto afecta a la liturgia o al dogma de fe, tenemos que recurrir a las escrituras o al sacerdote, para que nos aconseje. Ante todo discernimiento y mucho diálogo antes de pasar a la votación. Cuando hay un conflicto a nivel de hermanos en la procesión, lo mejor es dejar calmar las aguas. En caliente todos decimos las cosas sin pensar. Después, si los hermanos siguen molestos por el tema, se habla con ellos, teniendo en cuenta todas las versiones. Lo importante, sobre todo, es el diálogo.
Y ahora brevemente:
Una película.
La Pasión de Cristo. Sin duda alguna.
Un libro.
Las Sagradas Escrituras.
Una canción.
Es una canción carismática que dice: «Gracias Señor, por lo que has hecho, por lo que haces y lo que harás».
Un santo o personaje que te inspire.
La beata Madre Matilde, eso es indiscutible. Te confieso, Loli, que no he leído la vida de ningún santo, excepto la de la beata Madre Matilde. Me eduqué en el colegio San José, entonces lo bebí desde pequeño.
Una fecha importante en tu vida.
El 29 de mayo de 1999, porque es la fecha de mi boda. Para mí fue un punto y aparte. Fue comenzar una nueva vida conjunta con otra persona. Una casa nueva, de unos cimientos nuevos.