
Fotografía: Roberto Keller
Aprovechando la llegada de la Semana Santa, inauguramos esta nueva sección dedicada a entrevistas con nuestro amigo César Rina, Doctor en Historia Contemporánea, especializado en la articulación de identidades y de lealtades políticas. Actualmente, trabaja como profesor de la Universidad de Extremadura, en la facultad de Educación. Su familia procede de Sierra de Gata, pero él nació en Cáceres. Es un gran aficionado a la poesía y la montaña, y precursor de la tradición cofrade en su familia, pues desde muy pequeño es hermano de los Ramos y después pasó a formar parte de la Soledad y la Salud. Cuenta con varias publicaciones de diversa índole. Sobre temas cofrades escribió entre 2013 y 2014 para el Diario Hoy, una serie de artículos englobados con el nombre de Semanas Santas en Cáceres.
¿Cómo vives la Semana Santa?
La vivo con gran intensidad, con emociones que difícilmente consigo controlar. En estas fechas revive mi ciudad, la primavera llama a la puerta, las flores se abren, el sol comienza a calentar. Las cofradías saben interpretar la expectación de las calles. Es una fiesta vivencial y cualquier explicación sería incompleta. Se siente y se recuerda, pero no se comprende. A todo contribuye el despliegue sensorial de las procesiones: música, olores, sabores, texturas. Con este ritual me reafirmo con la vida y con la muerte y con la comunidad en la que vivo. Así lo experimento desde que tengo memoria. Además, es la celebración del reencuentro con amigos y con la memoria de la infancia, de la familia. Es una manera de enraizarse en la ciudad, con sus tópicos, sus grandezas y sus miserias.
Paso la primera parte de la semana en Cáceres, y la segunda aprovecho para acercarme al rito en otras partes. Me gustaría tener varias vidas para recorrerme las semanas santas de todos los pueblos mediterráneos.
Existe una cierta incomprensión hacia las cofradías en algunos ámbitos eclesiales. ¿Qué le dirías a aquellos que son críticos?
Creo que en el origen de esta incomprensión está la tendencia humana a organizar el mundo y a los demás en espacios estancos. Es un recurso de nuestro cerebro para simplificar nuestro entorno y permitirnos movernos en agilidad por él, pero también es un arma de doble filo. Establecer cajas o categorías sociales cerradas sobre las creencias, las identidades o los rituales nos lleva con frecuencia a caer en simplificaciones, en lugares comunes y en interpretaciones erróneas. La Semana Santa es una fiesta total, lo que significa que participan en ella de forma horizontal diferentes grupos sociales, incluso antagónicos. Además de su vertiente espiritual es una afirmación de la ciudad, de un pasado idealizado, de la familia, de los barrios… Si no comprendemos su carácter poliédrico podemos caer en juicios simplistas. La principal crítica desde ámbitos eclesiales es que buena parte de las personas que la propician y de las que se echan a la calle no participan activamente en la vida de la Iglesia el resto del año. Aquí entra nuestra mente estructuradora: sólo hay una forma de vivir la fe, las creencias o de participar en la Iglesia. Sólo proponemos un camino y esto es una quimera. Caemos en un error cuando nuestros prejuicios nos llevan a cuestionar las creencias individuales, la relación de los cofrades con las imágenes o las prácticas rituales consensuadas por la comunidad. La Semana Santa tiente múltiples significados, tantos como cofrades. Desde sus orígenes es una celebración identitaria, vinculada a la ciudad y a los barrios. Es un ecosistema emocional que articula la vida de sus integrantes. Es moderna, antigua y a la vez de masas. Y recientemente, también es líquida, digital y rutinaria. Esto no tiene nada de malo ni hace daño a la religión.
La Iglesia Católica lleva años reclamando que la Unión Europea reconozca en sus estatutos sus raíces cristianas. Pues bien, la Semana Santa podría servir de argumento. En torno a Cristos, Vírgenes y cofradías se congregan miles de personas para proclamar una identidad, una manera de ser y de posicionarse ante el presente, el pasado y el futuro, independientemente de sus creencias. Esto es de una una riqueza cultural sin parangón y cuestiona sin proponérselo nuestras interpretaciones monolíticas. Además, las cofradías son ejemplo de convivencia despolitizada, unen a personas de estratos sociales, de pensamiento y de tradiciones diferenciadas, sin exigir vinculaciones, dogmas o rentas para participar.
Y en el lado contrario, ¿cuáles son los aspectos en los que debemos mejorar los cofrades?
Considero que el problema es el mismo, pero volteando el espejo. Los cofrades perdemos mucho tiempo en clasificar, arrinconar y definir prácticas y creencias flexibles. En lugar de buscar una respuesta fácil, de singularizar… ¿por qué no pluralizamos? ¿Por qué no aceptamos que la grandeza del rito está en su infinita gama de colores y actitudes? A veces nuestro narcisismo, miedos o inercias nos impiden comprender la complejidad de la Semana Santa. Y por el qué dirán representamos una homogeneidad que empobrece nuestra celebración.
Aprovechando la pregunta, me gustaría añadir un punto relacionado con la estética. En Cáceres estamos faltos de pasos de palio, y que además se muevan con elegancia y sin aspavientos. La belleza de los momentos sublimes, y de esto sabe mucho el arte oriental, radica en la suavidad, en la finura, en el desplazamiento imperceptible y sintónico. El paso de palio es la principal aportación de la Semana Santa a la historia del arte. Conjuga en su reducido espacio todos los conocimientos artesanales y todas las propuestas artísticas. Es una obra perfecta, armónica, equilibrada. Propia del síndrome de Stendhal.
La forma de carga a costal lleva meses de ensayos y desde fuera se aprecia un fuerte vínculo de fraternidad entre los costaleros. Explícanos qué experimentas bajo la trabajadera cada Lunes Santo.
La carga a costal lleva meses de ensayos porque en Cáceres estamos aprendiendo la técnica. Pero a hombro también sería posible ensayar durante meses, no es una práctica privativa del costal. A nivel técnico y emocional sí te puedo decir que ir bajo el paso, a oscuras y sin ver nada, codo a codo con tus compañeros y siguiendo el compás de la música, multiplica mi nivel de concentración. No importa lo que hay fuera del paso. Todo lo que pasa está allí abajo, tras la celosía, en la intimidad de la parihuela. Además, el peso, al clavarse en la séptima vértebra, permite una conexión con todo el cuerpo, como si a través de los nervios se distribuyera uniformemente y contribuye en el proceso de identificación con las imágenes que portas.
Estoy comprometido con la Hermandad de la Salud a raíz de una de sus primeras procesiones. A la vuelta, ya entrada la madrugada del Martes Santo, por aquellos años apenas había público por las calles. Sin embargo -lo recuerdo como si estuviera cargando en este mismo momento-, aquel año, en General Ezponda, y sin nadie en la calle, continuamos nuestro recital de chicotás, pasos al frente y hacia atrás, etc. Íbamos doloridos, arrastrando el Misterio más que cargándolo, muchos con el cogote ensangrentado. Pero seguíamos con nuestros cambios, con una fuerza y una dignidad telúrica que no he experimentado en otras procesiones.
En el tiempo que llevas viviendo en Portugal, ¿qué diferencias ves en la forma de vivir allí la fe con respecto a nuestro país?
Pese a nuestra vecindad, hay bastantes diferencias. La más significativa es la relación con la calle. En Portugal no hay costumbre de ocupar el espacio urbano, de hacerlo una segunda casa. La vida en Lisboa me encanta. Es una capital europea y cosmopolita, pero aún conserva sus formas de relación tradicionales, su vida de pueblo. Puedes encontrar pequeños alentejos en mitad de la ciudad, y esta simbiosis ha muerto por desgracia en la mayoría de las ciudades españolas.
¿Cómo resumes la labor del Papa Francisco en estos tres años de pontificado?
Estoy entusiasmado con el proceso que está viviendo la Iglesia, y sólo lamento que el Papa no disponga de más tiempo para centralizar el camino evangélico frente a tradiciones mal entendidas. Ha comprendido que la Iglesia debe superar su actitud defensiva ante la modernidad para comenzar a liderar el combate por el futuro, por la justicia, los pobres y el amor. Habla con un lenguaje sencillo pero incisivo. Ha afrontado problemas internos con valentía: desde los abusos a la Banca Vaticana, ha sobrepuesto la misericordia a la retórica del poder y, sobre todo, ha recuperado la centralidad de Cristo por encima de doctrinas o jerarquías superfluas o coyunturales. También ha revalorizado los comportamientos frente a la moral. La religión no puede juzgar, ni premiar ni castigar. No es una carrera de puntos. Una vez leí que proponía, ante cualquier dilema, preguntarnos: ¿Qué haría Jesús en este caso? Pues ésa es la pregunta clave, y no ¿qué haría la tradición? Además, viene a proclamar la salvación de la pobreza, a recuperar la tradición anacorética y franciscana. No se trata de ser caritativos con los pobres. Si no ser nosotros también pobres. Esto lo ha explicado muy bien Enrique Lluch en su obra: “Una economía que mata. El Papa Francisco y el dinero”.
Y ahora brevemente:
Una película.
In the Mood for Love (Deseando Amar), de Wong Kar-Wai. Tiene una sensibilidad cromática preciosa, inigualable.
Un libro.
Voy a decantarme por el tema cofrade. Te voy a decir Teoría y realidad de la Semana Santa, de Antonio Núñez de Herrera, publicada en 1934. Está basada en Sevilla pero lo que narra podemos extenderlo a cualquier ciudad. Es una obra original, fundamental para comprender nuestra pasión. Incide en todo aquello que hemos comentado previamente: la religiosidad popular se mueve en unos márgenes muy amplios de formas, prácticas y creencias y esto, lejos de ser un problema, es una fuente de articulación comunitaria y una riqueza inmaterial para la humanidad.
Una canción.
No me canso de emocionarme con una canción de Enrique Morente en un disco homenaje a Federico García Lorca titulada Poema del tiempo. Comienza con una saeta-seguiriya con versos del Poema del Cante Jondo.
Un santo o personaje que te inspire.
Monseñor Óscar Romero, beatificado el pasado 23 de mayo de 2015, por los miles de mujeres y hombres que su figura representa.
Una fecha importante en tu vida.
Cada mañana de Domingo de Ramos, cuando acaba la eterna espera y se experimenta la gloria. Sic transit gloria mundi.