
La pesca milagrosa (Rafael)
Las cosas de mi Jesús… Como había tanta gente escuchando su Palabra en la orilla del lago de Galilea, se subió a una barca que era de Simón y le pidió que le alejara un poco de la orilla para seguir enseñando y le oyeran mejor (debía tener un vozarrón…).
Cuando terminó de hablarles dijo a Simón que le llevara mar adentro para que echara las redes. Simón quedó atónito pues había intentado pescar toda la noche y ¡ni flores, ni un pescadito!, pero Simón accedió a tal apuesta y se lanzaron a la “aventura” que por cierto no era ninguna aventura…
Pescaron tanto que les tuvieron que ayudar con la otra barca, la de Santiago y Juan (hijos del Zebedeo); casi se hunden todos… Pero no, cuando tú haces por el Evangelio, tus palabras jamás quedan en saco roto, se multiplican y creas “peces” por todas partes y nunca, nunca “hundirán una barca”; Dios sabe la medida justa de su Palabra para llegar a puerto; Si se hunde, es que el demonio se metió (que pesa como una hormigonera).
Al ver semejante “caza” Simón se echó a sus pies y le dijo “Apártate de mí que soy un hombre pecador”… ¡Pues no, Simón! Si tú te apartas también tendría que irme yo y ¡ni de broma amigo!… Así pues, Jesús le dijo: “No tengas miedo, desde ahora serás pescador de hombres”.
Abandonaron las barcas, los pescaditos… Y se fueron con Él. Yo también me fui con Él, aunque de diferente manera; ellos lo dejaron todo y hoy son nuestros pastores, yo en cambio le sigo con un mochilón de narices: Hijos, nietos, tía, casa, el modelo 303 de Hacienda, hipoteca… ¡Qué sé yo!, aunque tenga que tirar de la carga como en “La Misión”…
A veces me quedo atrás ¡es verdad! Pero Jesús se vuelve y me espera, porque a pesar de todo, en el camino yo intento pescar un pececillo aunque sea con caña y eso a Dios le gusta, además cuando me pongo a pescar, Él arrampla con el “baúl de la Piquer” (el mío ¡claro!).