Se acerca la Semana Santa y en casa ya pronto toca abrir el cajón donde túnicas, cordones y medallas esperan durante meses la llegada de una nueva primavera. En mi familia nunca ha habido tradición de pertenecer a cofradías, aunque se pierdan pocas procesiones. Mi tía y yo éramos los únicos cofrades hasta que hace unos años empezaron a seguirnos otros, sobre todo entre los más pequeños. Hace poco que mi tía me cedió el testigo como “hermano mayor” de todos, sin consultarme, pero es que los cofrades nos las gastamos así. La pasada Cuaresma no pude pasar ni un solo día por delante de la céntrica tienda, en cuyo escaparate colocaba con tanto esmero los carteles de las cofradías, no sin antes buscar, por si acaso, el nombre de su sobrino en ellos.
Su cofradía era la del Nazareno, al menos la hermandad a la que más vinculada estaba, porque en Cáceres solemos pertenecer a varias. Nunca sabía si habría salido en la Madrugada, porque si lo hacía era bajo el anonimato del capuchón. Era su forma de hacer las cosas. Literalmente ni su mano izquierda (ni nadie) sabía el bien que hacía su mano derecha. Si tuviera que hacer una lista (como esas que tanto me gustan sobre cine), ocuparía el número uno entre las personas más generosas que he conocido. Por eso, me entristece el no tener la duda de si sus desgastados pies le habrían permitido salir este año en la Madrugada, sino la certeza de que partió antes de tiempo.
La noche con la que inicia el cortejo de ocho pasos, encabezados por Jesús Nazareno, da lugar a un bello amanecer entre torres y arcos. No somos más que espectadores eventuales de una manifestación de fe, que han contemplado infinidad de generaciones a lo largo de varios siglos. Por mi parte, otro año más intentaré rescatar algún momento de esa eternidad, de ese tiempo que avanza inexorablemente, pero que deja momentos grabados en nosotros para siempre. Para mí la mirada de Jesús Nazareno clavada en el Gólgota es mucho más que historia o tradición, es la esperanza del amanecer eterno para aquellos que nos dejaron, para aquellos que nunca se fueron.