Manos sobre el vientre de una embarazada

Fotografía: RedMadre

Las grandes manifestaciones contra el aborto han dado paso a la interminable espera de una reforma de la ley que no acaba de llegar. Aunque se llegue a aprobar, de poco les va a servir a los inocentes cuyas vidas han sido arrebatadas durante este tiempo. Mientras asociaciones como RedMadre siguen haciendo una gran labor, a otras, en cambio, les debe parecer que el aborto es menos grave cuando es copartícipe directo un gobierno conservador, porque no es normal que antes vociferasen contra la ministra y el anterior gobierno y ahora, que tenemos exactamente la misma ley, actúen con tanta pasividad. El hecho es que estas actitudes convierten en cuestión política algo que no debía serlo.

No nos confundamos, la solución al problema del aborto no depende de quién gobierne, no puede estar ligada a intereses electorales. Más bien, habría que explicar más, dar razones, porque existen argumentos suficientes para poner en evidencia las tres o cuatro ideas prefabricadas que se esgrimen a favor de la llamada “interrupción voluntaria del embarazo”. La lucha contra el aborto -llamemos a las cosas por su nombre- no consiste en condenar a las mujeres, sino en no condenar al nasciturus. Hay que hacerle entender a la sociedad que muchas mujeres que se enfrentan a un embarazo no deseado requieren de una ayuda real, de una asistencia que va más allá de que un aborto les salga gratis, para luego abandonarlas a su suerte con el trauma que su decisión les genera.

El movimiento provida debe explicar que, mientras se habla del derecho de la mujer a decidir, se está ignorando deliberadamente la libertad del que más sufre, del más débil de todos, del que más habría que proteger. La gravedad del asunto es tal, que no hay margen para tibiezas, o bien el no nacido es una especie de tejido que se puede extirpar o, por el contrario, es un ser humano cuya vida hay que defender.

Es época de nadar contracorriente, de no amedrentarse frente a los que arremeten contra la Iglesia y el catolicismo, de dejar de lado lo “políticamente correcto” por lo “humanamente correcto” y luchar por cada vida. Es lo que toca ahora, hasta que la sociedad avance lo suficiente para que retumbe en sus oídos el grito silencioso que nuestro tiempo no escuchó.