De dioses y hombres

Fotograma de la película De dioses y hombres

Un hombre justo, partiendo de su experiencia, abre su corazón y, agradecido, bendice a Dios. Su bendición no es el dictado de una fórmula ritual ni está entresacado de ninguna oración piadosa; se basa en su vivencia personal: en sus pruebas ha buscado a Dios, le ha encontrado y le ha librado de todos sus temores. «Bendeciré al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca. Mi alma se gloría en el Señor: que lo escuchen los pobres y se alegren. Consulté al Señor y él me respondió; me libró de todos mis temores».

Como hemos visto, quiere que su testimonio lo escuchen los humildes que, en este contexto, apunta a aquellos que son probados a causa de su fe; hoy diríamos los que son perseguidos a causa del Evangelio que han aceptado como fuente donde reposa el Dios de las aguas vivas, el manantial donde se refleja en toda su intensidad el rostro de Dios.

La vida de nuestro salmista es un continuo buscar a Dios que está vivo en la Palabra. Por eso el Príncipe de este mundo intenta disuadirle con multitud de pruebas. Nuestro hombre sabe que Dios es poderoso sobre todas las fuerzas del mal y da testimonio de su solicitud y cuidado sobre él, aun cuando las pruebas sean continuas. «Los justos gritan; el Señor escucha, y los libra de todas sus angustias. El Señor está cerca de los de corazón herido, y salva a los que están desanimados. El justo sufre muchas desgracias pero de todas ellas lo libra el Señor».

Jesús anuncia claramente que todo tipo de persecución recaerá sobre todos aquellos que van a ser a lo largo de la Historia sus testigos. «Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio… con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas…» (Lc 21,12-19).

«Salvaréis vuestras almas», es decir, recibiréis la vida eterna para la cual habéis sido creados. Vida que el príncipe de este mundo quiere arrebataros inflingiendo en vuestra alma mil miedos y temores; y es que, Satanás tienta al hombre haciéndole ver la importancia de lo inmediato, es decir, de lo que puede ver, oír y tocar, sea esto el dinero, el poder, la fama a cualquier coste; incluido el coste de marginar a Dios en su vida.

Los primeros cristianos vivían profundamente esta realidad. Vemos por ejemplo al autor de la Carta a los hebreos exhortándolos: «Mi justo vivirá por la fe; pero si es cobarde, mi alma no se complacerá en él. Pero nosotros no somos cobardes para la perdición, sino creyentes para la salvación del alma» (Heb 10,38-39). Más adelante el mismo autor nos propone la figura de Moisés como alguien que tuvo esta sabiduría de buscar a Dios por encima de todas las cosas, incluso con el riesgo de la propia vida. «Por la fe Moisés prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar el efímero goce del pecado, estimando como riqueza mayor que los tesoros de Egipto el oprobio de Cristo, porque tenía puestos los ojos en la recompensa… Se mantuvo firme como si viera al invisible» (Heb 11,25-27).

«Los ojos fijos en la recompensa como si viera al invisible», es decir, los ojos fijos en Dios, pues Él mismo es la recompensa del hombre que le busca; Él es nuestra vida eterna. El hombre que fija sus ojos en Dios queda divinizado por la luz de su rostro; ya sabemos que la luz del rostro de Dios brilla en toda su plenitud en el Evangelio, por lo que podríamos traducir «fijos los ojos en el Evangelio».

Volvemos al salmo y escuchamos lo siguiente: «Los que a él se acogen no serán castigados». Brillarán con la misma luz de Dios porque participan de ella, pues siendo la Palabra la luz, al participar de la Palabra participan de la luz. Por eso dice el salmista que estos hombres no se avergonzarán en su presencia, pues todo pecado de la tiniebla ha sido disipado por el resplandor de Dios.

Todo lo contrario que Adán y Eva, que, en cuanto se hicieron hijos de las tinieblas por haber dado más crédito a la palabra de Satanás que a la misma palabra que Dios les había dado, no pudieron soportar la presencia de Dios a causa del miedo y, apenas oyeron sus pasos, corrieron a esconderse. Dios preguntó entonces a Adán: ¿dónde estás? (Gén 3,1-9). Y así es la vida del hombre, siempre escondiéndose de Dios o encubriéndose delante de Él con mil prácticas que no le ponen en la verdad. Nuestra fe nace y se apoya en Jesucristo. Él es el Camino, la Verdad y la Vida; Él nos presenta limpios ante el Padre.