El sueño de Inocencio III

El sueño de Inocencio III (Giotto)

Jorge Bergoglio, al ser elegido papa, se convirtió en el primer pontífice americano y jesuita, y en pionero en elegir el nombre de Francisco. Lo hizo en alusión a San Francisco de Asís, una figura que puede alumbrar a la Iglesia de nuestros días, en torno a cuatro claves:

 
1. “Francisco repara mi Iglesia, que, como ves, amenaza ruina”.

Mientras oraba ante el crucifijo de San Damián, Francisco escuchó la voz de Cristo que le exhortaba a reparar su Iglesia. En principio, interpretó y atendió a la solicitud de un modo material, pero más adelante comprendió que la llamada era más universal, que las grietas a las que se refería el Señor no eran físicas. La Iglesia de su tiempo pasaba por tiempos difíciles y no es que otros no lo hayan sido, pero en aquellos inicios del siglo XIII era una institución acechada por los movimientos heréticos y por su propia falta de respuesta hacia los anhelos del pueblo, tan aferrada como estaba al feudalismo.

La manera en la que Francisco y sus primeros seguidores sostienen a la Iglesia, nada tiene que ver con complejas tesis teológicas. Sus medios radican en la sencillez de llevar a la práctica el Evangelio sin glosa, transmitido con el ejemplo y vivido con pobreza y en fraternidad. No se dedican a criticar a la Iglesia, como las sectas que habían proliferado, sino que prefieren arreglarla desde dentro, amándola.

El nuevo papa tiene ante sí el reto de hacer entender que no puede separarse a Cristo de la Iglesia, -un problema muy actual-, pues esta, con todas sus faltas y limitaciones, es la que difunde la Palabra de Dios, administra los sacramentos y mediante la que Cristo prometió acompañarnos hasta el fin de los tiempos. De los elocuentes gestos del papa en sus primeros días de pontificado se deduce el valor que le otorga a la cercanía, a la austeridad y al ejemplo como método para sellar las grietas surgidas por la debilidad humana.

 
2. “En la actual situación, la Iglesia necesita transformar sus estructuras y modos pastorales orientándolos de modo que sean misioneros. No podemos permanecer en un estilo ‘clientelar’ que, pasivamente espera que venga el cliente, el feligrés, sino que tenemos que tener estructuras para ir hacia donde nos necesitan, hacia donde está la gente…” (Palabras del cardenal Bergoglio recogidas en el «El jesuita»).

Las gentes habían dejado de ir a los monasterios e iglesias, tan ocupadas como estaban con sus negocios en aquella época en la que, el comercio con oriente fruto de las cruzadas, había dado el pistoletazo de salida al capitalismo. Si el pueblo no iba a escuchar la Palabra, había que llevársela a sus plazas y calles. Por eso surgieron los frailes (franciscanos y dominicos), que complementaban a los monjes, estando junto a la gente y predicando en contraposición a los movimientos heréticos que infundían entre la multitud su pesimismo y que carecían de la autenticidad de las nuevas órdenes mendicantes. Estas supieron interpretar el tiempo que les tocó vivir y adaptar al mismo, la forma de llevar el mensaje de Cristo.

En la reflexión que abre este punto, el papa expresa la honda preocupación del catolicismo ante las dificultades para llegar a las personas de nuestro tiempo. En aquella sociedad de hace ochocientos años, los hombres habían dado la espalda a Dios, más preocupados por el dinero. En nuestra época estamos sumergidos de lleno en el materialismo y, en esta coyuntura, tampoco es fácil hacer llegar la gratuidad del Evangelio, que además exige un esfuerzo que entra en conflicto con la falta de compromiso actual. Sin embargo, la experiencia de Francisco de Asís nos demuestra que no es imposible, puesto que el hombre necesita de Dios. El reto de la nueva evangelización no debe ser el de presentar el Evangelio como si fuera otro producto de consumo, sino el de utilizar un lenguaje actual y efectivo que cale en una sociedad cada vez más secularizada.

Francisco predica en el mercado de Asís

Francisco predica en el mercado de Asís (Benlliure)

3. “Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea” (Jn 17, 21).

Mientras católicos y musulmanes se masacraban en las cruzadas, el Pobre de Asís hizo un largo y penoso viaje hasta Tierra Santa para entrevistarse con el Sultán y negociar la paz con él. Pese a las cordiales relaciones que establecieron, el intento, aparte de parecer infructuoso, no fue entendido en su época. El gesto, sin embargo, quedó para la historia como el primer paso en el diálogo interreligioso y, por extensión, en el ecuménico, tan importante para alcanzar la unidad entre todos los cristianos que pidió Jesucristo. Fue un comienzo que no ha sido reanudado hasta principios del siglo XX, impulsado después por Juan XXIII y el Concilio Vaticano II y que ha ido creciendo con cada papa. En 1986, Juan Pablo II convocó el conocido como espíritu de Asís, un encuentro que reunió a los líderes de las principales confesiones religiosas y que Benedicto XVI repitió con motivo del veinticinco aniversario.

En un mundo cada vez más globalizado, el diálogo con otras religiones se antoja más necesario que nunca. Con otros grupos cristianos es tarea obligada, no hay pretextos que puedan justificar lo contrario. Parece que el papa, con la senda iniciada por San Francisco, puede conseguir grandes avances en una ruta compleja y encrespada, que hay que seguir recorriendo para que, con la mediación de Dios, algún día confluyan los caminos de las distintas confesiones cristianas.

 
4. “Y San Francisco les hizo nido a todas. Ellas se domesticaron, y comenzaron a poner huevos y a empollar a la vista de los hermanos. Y vivían y alternaban familiarmente con San Francisco y los demás hermanos como si fueran gallinas alimentadas siempre por ellos.” (Capítulo XXII de las Florecillas de San Francisco: «Cómo San Francisco domesticó unas tórtolas silvestres»).

Francisco de Asís también fue pionero en valorar la ecología. Él, que buscaba insistentemente a Dios por todas partes, lo encontró de una manera especial en la belleza de su creación. Los lugares en los que habitaban aquellos primeros frailes carecían de comodidades, pero de lo que no se privaban era de bellos paisajes para disfrutar de la oración y de la vida en comunidad. Su riqueza estaba en el entorno que les rodeaba.

En los últimos tiempos, la sociedad se ha sensibilizado mucho con la importancia de proteger el medio ambiente y los recursos que nos proporciona. En bastantes ocasiones, esta conciencia se canaliza desde la forma de pensamiento denominada New Age, que coloca a la “madre tierra” como centro de todo. El papa tiene en el Poverello un buen modelo para mostrar la naturaleza como la obra de Dios, pues sin entender esta realidad se le está vaciando de su contenido inherente.

Estos son algunos de los retos que tiene el papa Francisco ante sí. El pontífice argentino encontrará en el Santo de Asís una guía de indudable valor para la ardua tarea de impulsar la barca de Pedro, en este mundo del siglo XXI que con tanta rapidez avanza y tan necesitado está de respuestas.