Nos dejaremos llevar por la Palabra de Dios que es la fuente de donde mana todo el diálogo que Dios hace con el hombre porque, la Palabra de Dios no es tanto un libro como una Persona que nos habla. Como nos dice el Evangelio «Todos serán enseñados por Dios» (Jn 6,45); así el hombre es amaestrado por Jesucristo que es esta Palabra hecha carne que ilumina todos los acontecimientos de tu vida, dándoles un sentido escatológico, haciendo que el hombre revestido de esta Palabra que es el mismo Jesucristo sea ya en la tierra «Ciudadano del cielo», como dice San Pablo, porque ha aprendido a consultar con Dios hasta los pormenores más pequeños de su vida privada y social para que nada en su existencia esté exento de la presencia de Dios.
Empezamos por los cinco primeros versículos del capítulo primero del Génesis donde el autor inspirado nos dice que en el principio la Tierra era caos, confusión y oscuridad. Esta es la situación en la que se encuentra el hombre. Esta realidad es tanto más palpable cuanto más el hombre realiza sus proyectos de vida: profesión, matrimonio, paternidad, etc. Llega un momento en que el hombre al no estar saciado experimenta una sensación de frustración y fracaso. Se cumple en todo hombre lo que nos decía ya San Agustín «pues nos hiciste Señor para Ti y nuestra alma no se saciará hasta que descanse en Ti». Cuántas veces los salmos expresarán de forma elocuente esta situación anímica y existencial del hombre: «Me sacó de la fosa fatal, del fango cenagoso, asentó mis pies sobre la roca, consolidó mis pasos» (Sl 40,3); «… en Dios sólo el descanso de mi alma, de Él viene mi salvación» (Sl 62,2).
Esta situación en la que el hombre se encuentra es la que la Iglesia llama situación de pecado, situación de enemistad con Dios, como dice San Pablo en Romanos 6,23: «El salario del pecado es la muerte». Esta es la realidad del hombre para el cual Dios es un elemento más en su vida y no el «Único a quien se debe servir» (Dt 6,4).
Esto es producto del pecado original, que no niega la existencia de Dios sino que actúa de una forma más perversa propiciando una relación torcida del hombre con Dios.
En esta situación de caos, confusión y tinieblas surge una Palabra potente y creadora sobre el hombre: «Haya luz y apartó Dios la luz de la oscuridad». Esta luz es el mismo Jesucristo. «La Palabra era la luz Verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9).
Jesucristo, Mediador de la Nueva Alianza, establece la auténtica relación del hombre con Dios. Una relación basada en la verdad excluyendo de ella a Satanás, a quien el mismo Jesús llamará: «el padre de la mentira» (Jn 8,44).
La acción de Dios que aparta la luz de la oscuridad significa la Elección que nos recuerda el mismo Dios eligiendo a Jacob en vez de Esaú, al pueblo de Israel en vez de los demás pueblos del mundo y a la Iglesia, Cuerpo vivo de Jesucristo resucitado en la tierra, en medio del mundo. Esta separación tiene el signo de consagración, que es santificación.
La Iglesia así consagrada y santificada cumple su misión de iluminar el mundo de forma que la salvación de Dios llegue hasta los confines de la tierra. «Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Jn 5,16).