
Jacob luchando con el ángel (Rembrandt)
Hay un momento en la vida de Jacob que es trascendental para culminar su experiencia con Dios. La Escritura nos lo pone en términos que podamos entender: una lucha cuerpo a cuerpo con Dios. Porque ésta es la esencia de la experiencia del hombre de Dios, luchar con Él hasta que somos vencidos, hasta que nos damos cuenta de que quien lucha contra nosotros es más fuerte y nos rendimos ante Él.
Para entender la situación de Jacob hemos de tener en cuenta que a él no le queda otro remedio que enfrentarse con Dios, pues no tiene escapatoria posible, ya que por detrás le viene persiguiendo su suegro Labán, a quien por medio de artimañas le ha robado el ganado y a su hija. Y por delante tiene a su hermano Esaú, que viene a su encuentro con cuatrocientos hombres para castigarle por haberle usurpado la primogenitura. A Jacob no le queda otro remedio que enfrentarse con Dios.
En la Escritura encontramos un paralelo semejante cuando a Israel no le queda otro remedio que cruzar el mar Rojo, cuando por una parte tiene detrás el ejército egipcio que viene a destruirle y por delante las aguas del mar. Israel cruza las aguas y el mar se seca. Y esto quedará para siempre como un memorial para este pueblo, que verá en este acontecimiento una señal perpetua del Amor de Dios para con él.
Así pues Jacob, «aquella noche se levantó, tomó a sus dos mujeres y sus dos siervas y sus once hijos y cruzó el vado de Yabboq. Les tomó y les hizo pasar el río, e hizo pasar también todo lo que tenía. Y habiéndose quedado Jacob solo, estuvo luchando alguien con él hasta rayar el alba» (Gén 32, 23-25). Jacob entra sólo en el combate. «Su mundo», que son sus afectos -mujeres e hijos-, y sus bienes quedan a la otra parte del río. Y es que para encontrase con Dios es necesario primero hacer la experiencia de impotencia y de soledad.
Jacob no tiene donde apoyarse, no tiene donde acudir, por eso al final de la noche el ángel que representa a Dios, que le ha herido en el muslo, le pregunta: «¿cuál es tu nombre?» (Gén 32, 28). El pobre Jacob se lo dice y el ángel le responde: «Ya no te llamarás más Jacob, de ahora en adelante te llamarás Israel, que significa fuerte con Dios» (Gén 32, 29).
De ahora en adelante se apoyará en Dios. En la Escritura, Jacob significa la elección, porque Dios sólo escoge al que ha luchado contra Él y ha quedado consciente de su debilidad que le acompañará toda la vida. Así el que es vencido queda vencedor, por eso le cambia el nombre que es como un nuevo nacimiento. Esta vez, nacimiento de Dios. De ahí que en el libro del Apocalipsis dice Dios: «Al vencedor le daré maná escondido (la sabiduría de las Escrituras) y le daré también una piedrecita blanca (la sal de la elección) y grabado en la piedrecita un nombre nuevo (el bautismo) que nadie conoce, sino el que lo recibe» (Ap 2, 17).
En todos los acontecimientos de la vida del hombre, es Dios quien está luchando con él para desalienarlo de la postración a los ídolos y obligarlo a apoyarse en Él. Por eso, sólo el hombre que tiene el coraje de luchar contra Dios conocerá un día su amor y su fidelidad.