«Columna de la Tierra, tu cima toca el cielo y en tus brazos abiertos brilla el Amor de Dios».
Con estas palabras los primeros cristianos cantaban en sus comunidades el himno maravilloso a la cruz gloriosa. En un cierto momento de su vida, Jacob tiene una revelación que será base de la espiritualidad cristiana de la cruz. Esta revelación le viene por medio de un sueño, que era la forma más usual con que Dios se revelaba a los patriarcas.
Jacob sale de su casa hacia la tierra donde vive el hermano de su madre, Kabán, y a mitad de camino, en Jarán, se pone a descansar porque ha llegado la noche. En pleno descanso, Jacob tiene un sueño: «soñó con una escalera apoyada en tierra y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella y vio que Yavhe estaba sobre ella» (Gen 28, 12-13).
Los primeros cristianos, aludiendo a este sueño de Jacob, cantaban: «Escala de Jacob, lecho de amor donde nos ha desposado el Señor». Cuando Jesús se encuentra con Natanael y le escruta, en lo más profundo de su corazón, le dice que le ha visto debajo de la higuera (Jn 1,48).
La higuera es para un judío el hogar de la oración interior donde se escrutan las Escrituras. Por eso, Jesús ha escrutado profundamente a Natanael cuando estaba debajo de la higuera. De ahí entendemos la sorpresa de Natanael ante esta afirmación de Jesús y el mismo Jesús le responde: «en verdad, en verdad os digo, veréis el cielo abierto y los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre» (Jn 1,51).
Es decir, Jesús le responde con el sueño de Jacob. «¿Cuándo hemos visto los hombres el cielo abierto? Lo hemos visto en la muerte de Jesús en la cruz, cuando el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo» (Mc 15,38). Los cielos se rasgaron hacia la tierra. Los textos de la espiritualidad judía dicen que este subir y bajar de los ángeles sobre la escalera de Jacob (la cruz) era por el asombro que tenían de que por fin un hombre, el Mesías, había hecho la voluntad de Dios sobre la cruz y, por eso, subían y bajaban alocadamente pasándose la noticia unos a otros.
Así pues, aparece en Jacob el triunfo de la cruz como momento culminante de la revelación de Dios, como el lugar privilegiado donde Dios envía el Espíritu Santo y como centro de la Iglesia, pues Jarán, donde Jacob tiene el sueño, es la Tierra Prometida.
Para ver la importancia que la cruz tiene en la Iglesia, recordemos las palabras que San Andrés Apóstol pronunció en el momento de ser crucificado: «Salve, cruz preciosa. Tú has sido consagrada por el Cuerpo del Señor y adornada con sus miembros como ricas joyas. Llego a ti exultante y alegre. Recíbeme con gozo en tus brazos. Oh, buena cruz, tú has recibido belleza de los miembros del Señor. Yo te he amado ardientemente. Y he deseado y buscado mucho tiempo. Ahora te he encontrado y estás preparada para recibir mi corazón anhelante. Recíbeme en tus brazos, elévame de entre los hombres y preséntame a mi Maestro; que Él, que me redimió en ti, pueda recibirme por ti».