Árbol sin hojas

El pueblo de Israel que recibió la revelación de Dios intuyó, en la sabiduría que le venía de lo alto, que hubo un momento en que el hombre no se separó de Dios.

A esta ruptura la llamó caída o pecado original y su síntesis teológica sería más o menos de la siguiente forma. El Demonio, Padre de la Mentira, tienta al hombre en la persona de Eva en lo más sagrado que tiene: «Dios no te ama, por eso te prohíbe comer del fruto del árbol que está en medio del jardín».

Para entender esta tentación hay que entender que no es que Adán represente al hombre y Eva a la mujer, sino que Adán y Eva representan al hombre integral y el Demonio tienta al hombre en su debilidad, es decir, susurrándole una palabra al oído, en la figura de Eva. Por eso, Dios destruirá la obra del Demonio salvando al hombre también por su debilidad, es decir, poniendo en su oído una Palabra de Salvación. Esta Palabra está depositada en la nueva Eva que es la Iglesia.

Cuando el hombre acepta la catequesis del Demonio, se convence realmente de que Dios no le ama y prueba el fruto prohibido y experimenta la muerte existencial. El hombre, obedeciendo al Príncipe de las tinieblas, prueba el veneno de la muerte y ya no puede resistir la presencia de Dios, por eso se ocultará de la vista de Yaveh (Gen 3,8) y experimentará, como fruto de la ruptura con Dios, el miedo y la desnudez (Gen 3,10).

Interpelado el hombre del por qué esa postración, esa muerte, sale a la luz la desobediencia cometida y Eva dirá: «la serpiente me sedujo y comí»; por eso Yaveh Dios a una seducción del Demonio va a oponer otra seducción para poder reconstruir al hombre. Así encontramos en el profeta Oseas una Palabra enternecedora de Yaveh hacia el pueblo de Israel, constituido en su Esposa: «por eso yo voy a seducirla, la llevaré al desierto y hablaré a su corazón» (Os 2,16).

Esta palabra «seducir» que emplea el profeta Oseas hay que entenderla en un sentido fortísimo: es la actitud de alguien que aparta a otro del camino que debería haber seguido. Es la actitud de Yaveh que aparta, con su seducción, al hombre del camino de la Muerte y lo lleva al camino de la Vida.

El pecado original hace pública la oposición entre Dios y el Demonio, entre la Luz y las Tinieblas. Así Yaveh Dios dirá al Demonio: «enemistad pondré entre ti y la mujer entre tu linaje y su linaje. Él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar» (Gen 3,15). Es el primer destello de salvación; en el pecado se hace presente la Promesa, es decir, hay implícita una Buena Noticia. La tradición de la Iglesia llamará a este texto el Primer Evangelio.

Esta mujer, que está en oposición al Príncipe de la mentira, dirán los Santos Padres de la Iglesia que se refiere tanto a la Virgen María como a la Iglesia misma, que es siempre fecunda y siempre Madre. Y ese linaje del que nos habla el texto se refiere tanto a Jesucristo, descendencia de María, cuanto a los hijos de Dios que de generación en generación la Iglesia va concibiendo para oponer a las Tinieblas la Luz.

Hoy como ayer existe en el mundo el pecado original. Hoy como ayer el Príncipe de este mundo sigue tentándonos a los hombres, diciéndonos que Dios no nos ama porque nos prohíbe probar de frutos aparentemente maravillosos, agradables a la vista y excelentes para lograr sabiduría. Pero apenas los probamos experimentamos como Adán y Eva el miedo, la desnudez y la angustia de la muerte existencial.

Dios en su misericordia ha hecho presente en el mundo un lugar de reencuentro con Él, un lugar de seducción: la Iglesia, centro de la historia, donde se nos perdonan los pecados, donde somos creados de nuevo por la Palabra viva e imperecedera de Dios y donde tenemos un crecimiento hacia la altura de Jesucristo, comiendo su Cuerpo y bebiendo su Sangre. A través de lo cual seremos como dioses, que fue la falsa promesa que la serpiente hizo a Adán y Eva (Gen 3,5).