
Fotografía: Catholic Church England and Wales (Flickr)
Muy probablemente esta extraña palabra sea la primera vez que se oye entre los cristianos que vamos a la celebración de la Eucaristía. Naturalmente que entre los que no van es aún más desconocida. Digo esto, porque en la Eucaristía, después de la consagración, observamos que el Cuerpo de Cristo presente en la Sagrada Forma se divide en tres partes. Dos son sensiblemente iguales: una la toma el sacerdote y la otra, dividida en cuatro partes, se administra a los fieles. Pero hay una pequeña parte de ésta última que se vuelve a echar al cáliz. Este acto se llama “inmixtión” o mezcla, o “conmixtión”.
¿Qué significado tiene? En los primeros tiempos de la antigüedad se pensaba que el alma de un ser vivo, persona o animal, radicaba en la sangre. Por eso, cuando una persona se desangraba, inmediatamente moría. Igual le pasaba a un animal. Y, por el contrario, cuando la sangre volvía al cuerpo, por ejemplo en una transfusión, la persona volvía a revivir.
En la liturgia cristiana, con la imposición de manos en el momento solemne de la Consagración -que se denomina “epiklesis”-, se invoca al Espíritu Santo y es cuando se realiza el milagro de convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. La unión de las especies sacramentales aun separadas, en esta unión de pan y vino que ya no lo son, sino Cuerpo y Alma de Cristo, forman una única Persona: la de Cristo vivo y resucitado.
La parte que comulga el sacerdote representa a la Iglesia militante, aludida por su cuerpo existente en la tierra. La parte que se da a los fieles representa al Cuerpo de Cristo presente en los muertos, en los sepulcros.
Más tarde estas explicaciones se aplicaron a las tres Iglesias: la celestial o triunfante de los salvados que están viendo ya el Rostro de Dios; la Iglesia militante o peregrinante, que somos los fieles que aún no hemos llegado a la Casa del Padre, y la Iglesia purgante, de los que se encuentran en el Purgatorio esperando la remisión total de sus pecados.
Santo Tomás de Aquino comenta la explicación del Papa Sergio I indicando que el cuerpo del Señor Jesús se manifiesta de tres formas. La parte que se echa en el cáliz significa el Cuerpo de Cristo resucitado. Y con Él, el de la Bienaventurada Virgen María, y si hay algún santo en cuerpo y alma con ellos. La parte que se come representa a la Iglesia militante, los cristianos, que son asociados al sacramento y triturados por el sufrimiento, de la misma forma que se tritura el pan con los dientes.
En los tiempos de Santo Tomás de Aquino se reservaba una tercera parte hasta el final de la Misa, significando el cuerpo de Cristo yacente en el sepulcro. Esto último no se realiza en la actualidad, pero es bueno la observación del simbolismo, que algún poeta sagrado ha expresado como “la hostia mojada reservada a los felices en el cielo; la hostia seca para los vivos y la reservada para los muertos”.