Todos estamos limpios después del bautismo, pero dura poco. Advertí que la maldad comienza muy pronto. Se desarrolla por arte de magia, igual que el bien, pero el mal es más dominante y universal. Desde que te quitan el primer juguete de las manos, la cadena comienza.
Aprendes a engarzar eslabones de una manera fantástica, tanto que hasta llegas a encadenarte sin conciencia de tu propia esclavitud. Y entonces los sacramentos. Empiezas de nuevo la cadena con cizalla en mano para cortar eslabones que te aprisionan. Pero de “coser y cantar” nada, pues no se sabe cómo ni por donde la cadena vuelve a engarzarse. Y como no te vas a encerrar en una celda de ningún monasterio, te toca romperla todos los días porque el peligro es brutal.
Me pregunto si con este panorama no podría Dios tener algo especial con nosotros, que estamos siempre en la cuerda floja. Porque si no somos elegidos santos, es que no lo somos. Y ahí estamos, cayendo como moscas a pesar de su infinita Misericordia, sus sacramentos, su todo.
Dios me dijo:
– ¿Te olvidas que fui a la tierra por gente como tú o peor? ¡Pues claro que os tengo preferencia! Recuerda: todo mi Evangelio, con sus mártires para difundirlo, fue por y para vosotros, porque sois un caso.
– Es verdad, es que se me olvida y pienso que quieres más a los santos, que a los que somos pecadores.
– ¡Pues no! “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt 9, 9-13).
– Ya, pero ellos no pasan por el purgatorio.
– Es lo que tiene. Procura hacer lo imposible por estar el menor tiempo posible. Y para algo tienes las indulgencias.
¡Nada! que no me libro de los fuegos ni con indulgencias, porque después de ganarlas ¡tacatá! Otra vez.