
Abraham y Melquisedec (Juan Antonio de Frías)
Hay en las Sagradas Escrituras un personaje enigmático llamado Melquisedec, que además aparece y desaparece de forma sorprendente. En ellas lo encontramos en (Gen 14, 18-20), en (Sal 110,4) y en la carta a los Hebreos (Heb 5; 7,1-4; 6,20 y 7-28).
Melquisedec significa “rey de justicia”, y es sacerdote eterno del Dios Altísimo, rey de Salem, que luego sería lo que conocemos como Jerusalén. Es reconocido como “rey de paz”, sin padre, ni madre, ni genealogía, sin comienzo de días, ni fin de vida, asemejado al Hijo de Dios, y permanece para siempre”. (Heb 7,1-4)
Según se narra en el libro del Génesis, en los capítulos citados, se entabló una batalla en el valle de Sidín (mar de la sal), entre el rey Quedorlaomer y sus seguidores y contra los reyes de Sodoma y Gomorra y sus aliados, cayendo prisionero Lot sobrino del hebreo Abrán. (Posteriormente Yahvé cambiaría su nombre por el de Abraham, como pasó a la historia). Vencido Quedorlaomer, apareció el tal Melquisedec y le ofreció los presentes de pan y vino según el ritual, con una bendición, pues era sacerdote del Dios Altísimo; Abrán le pagó el diezmo de todo lo conseguido. Entonces el rey de Sodoma le ofreció a Abrán quedarse con toda la herencia, a cambio de las personas que habían luchado a su favor, a lo que Abrán se negó para evitar que nadie pudiese decir: “…He enriquecido a Abrán…”. Tan sólo se quedó con la parte que habían comido los que habían combatido a su favor.
El Salmo 110 de David, nos recuerda hablando del sacerdocio de Cristo:
“…Lo ha jurado Yahvé y no va a retractarse: Tú eres por siempre sacerdote eterno según el rito de Melquisedec…” (Sal 110,4)
Posteriormente, en la carta a los Hebreos, que data de los tiempos de san Pablo, vuelve a aparecer este personaje Melquisedec. Recordemos que la carta a los Hebreos, de autor desconocido, que se atribuye a san Pablo, pero que los exégetas (intérpretes de la Escritura) no definen exactamente, por ser de un estilo más elegante que las cartas de Pablo, y en la que no aparecen tampoco el saludo inicial y final, como es común en ellas, parecen decantarse por alguno de sus más íntimos colaboradores como Silas, Priscila, Apolo, o Bernabé como autores de la misma.
En el hecho que se narra, hay quien ha pretendido encontrar una primera manifestación terrenal de Cristo anterior a la venida de Él en las entrañas purísimas de la Virgen María como nos enseña la Iglesia. Este hecho no se ha reconocido por ésta, de forma que el creyente católico continúa manteniendo su fe en las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia Católica.
Hemos de tener muy en cuenta la carta de Pedro al considerar que: “…Pero, ante todo, tened presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia, porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres, movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios” (2 P,1,19-21)
Es por ello que hemos de atenernos al Magisterio de la Iglesia Católica en nuestras interpretaciones, dejando que sea ella quien interprete los textos sagrados. Pedro salió al paso de aquellos que ya en aquel entonces comenzaban a separarse de la Iglesia con diversas interpretaciones, que han dado lugar a multitud de sectas, Cismas, etc.
Jesucristo nació de la Virgen María de Nazaret, de sus entrañas purísimas, sin concurso de varón, en el tiempo indicado en los Evangelios, doctrina segura, Palabra fidelísima de Jesucristo, avalada por la Tradición Apostólica de la Iglesia Católica de Roma.
Alabado sea Jesucristo.