
Fotografía: Lawrence OP (Flickr)
1. Se dice que hace falta más que audacia para creer en las Bienaventuranzas de Jesús (Mt 5,1…). De acuerdo. Pero mucha más audacia tuvo Él al proclamarlas con la intención de que al menos algunos las escribiesen en su corazón.
2. Entre los espacios desiertos de nuestras banalidades se mueve sinuosamente el espectro del absurdo. Dios, que no es indiferente a nuestro fracaso vital, se asoma una y otra vez a nuestros páramos con la intención de convertirnos en vergeles (Is 41,18-19).
3. Sólo Dios basta, dijo santa Teresa. Preciosa su intuición, sí, pero ¿dónde está? ¿Dónde encontrar ese Dios cuya presencia es tan íntima y fuerte que nos basta y libera de tantas sujeciones y sometimientos? ¿Dónde…? ¡En el Evangelio!
4. Vivir en y de la misericordia de Dios es una inmensurable gracia no sólo para quien la recibe, sino también para sus hermanos; sobre todo para los más débiles, esos que ya no pueden más y que se asoman a nuestra vida de mil formas. Quizá hasta entonces eran desconocidos y han llegado a ser nuestros hermanos…
5. El que es guiado por el Señor Jesús, no sin resistencia, hacia el último lugar entre los suyos conoce la angustia y el desconcierto, hasta que Él mismo le dice: ¿Sabes por qué te he llevado hasta aquí? Porque eres demasiado valioso para mí y no quiero que te vendas como bisutería.
6. La quietud creadora de estar con Dios es un ir y venir de palabras. La suyas, llenas de vida; las nuestras, de hambre y sed de llegar a ser en Él. Esta quietud es gratuita, y el hombre es tan necio que gasta su patrimonio en lo que no es, en bagatelas que terminan diluyéndose.
7. A nadie le falta la dialéctica e incluso agresividad a la hora de salirse con la suya frente a su oponente. Sería bueno, más que bueno, servirnos de los mismos recursos para salirnos con la nuestra frente al gran Oponente que nos incita a desertar de la Vida, de Dios.
8. Cuando una persona alcanza, por su amor al Evangelio, a saborear la adoración a Dios, ya sabe todos los porqués de su vida con sus luces y sus sombras. Sí, porque esta calidad de adoración supone estar con Él cara a cara, tú a Tú, como Moisés (Éx 33,11).
9. Una vida de fe, me refiero a la fe adulta, lleva consigo la ingente riqueza de la Presencia, mas también de ausencias. Éstas, por muy desgarradoras que sean, no pueden evitar que el perfume del Dios vivo se haya impregnado en las paredes de nuestra alma aun cuando sea visitada por las ausencias.
10. “Se puso junto a mí, le libraré y le glorificaré…”, confesó el salmista (Sl 91,14). Sí, Señor, ponerme junto a ti, a tu lado, y más aún, de tu lado aun cuando todo me empuje en la dirección contraria. Hazte Emmanuel para enfrentar las corrientes adversas.
11. No es suficiente con saber y repetir hasta la saciedad el archiconocido enunciado joánico “Dios es amor” (1Jn 4,8). No es suficiente si no hacemos la experiencia, si no entablamos una relación de amor con Dios. Sólo entonces podremos decir con los labios del alma: ¡Sí, Dios es amor!
12. Somos tan sensacionalistas que creemos que los elegidos de Dios son seres excepcionales con poder para hacer milagros, tener éxtasis, etc. Pues no, para Dios, elegido es aquel que renuncia a voces extrañas y escoge escuchar a su Hijo, tal y como nos lo hizo saber en su Transfiguración (Mc 9,7).
13. “¿Adónde iremos, Señor? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Somos proclives a emocionarnos con esta confesión de Pedro, y al mismo tiempo tan superficiales que nos da por buscar la intimidad con Dios en milagrerías, fenómenos de masas, etc., y no en la Palabra, que es el centro de la confesión del apóstol.
14. “Yo soy el pan de vida”, dice Jesús (Jn 6,68). Algunos, en base a esto, creen que Jesús se refiere al Pan de la Palabra sin más, despreciando la Eucaristía. La cuestión es que la Palabra sin la Eucaristía queda como un bello intento moral nada más. Una letra que mata, como dijo Pablo (2Co 3,6).
15. Todo aquel que predica la Palabra del Señor Jesús en comunión con la Iglesia, colabora con Él a que la vida e inmortalidad propias de su Evangelio se irradien hacia los que lo escuchan y acogen (2Tm 1,10).
16. Los que pretenden ser siervos del Señor y al mismo tiempo se las dan de listos, harán muchas obras y hasta grandes; pero como son suyas, mueren con ellos, y muchas veces antes que ellos. Los siervos inútiles (Lc 17,10) saben que lo que hacen es eterno como Dios… ¡Y como ellos!
17. Ama y haz lo que quieras, dijo san Agustín. Haz lo que quieras, como Jesús, que quiso al hombre en su totalidad, hasta el punto de morir por él. Recordemos: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). El mal llamado amor que no tiene esto en cuenta no es más que un fraude a sí mismo y al otro.
18. “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”, dijo Jesús al instituir la Eucaristía (Mt 26,26). Alimentados con el pan de Dios, su Palabra y la Eucaristía, se va reproduciendo en el hombre la imagen del Hijo de Dios, su amado y predilecto. Lo es Él y lo somos nosotros.
19. Frenética y hasta compulsiva la carrera emprendida por la ciencia para aumentar nuestros años de vida. No es que esté mal, sin embargo, ¿qué tal si corremos también hacia la inmortalidad que Dios nos ofrece? (Sb 8,17).
20. ¡Tú sí que vales! ¡Tú puedes! Con estas y parecidas expresiones intentamos animar a los demás cuando se hayan sumidos en un problema o fracaso. Prefiero lo que dijo Pablo de sí mismo en sus tribulaciones: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4,13).