1. El irreprimible anhelo de sobrevivir a la muerte mueve al hombre a buscar en esta vida a Aquel que proclamó solemnemente: “Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte” (Ap 1,18).
2. Evitar responder a la pregunta ¿dejaré de ser lo que soy? Es la más cobarde de las deserciones que un hombre puede hacer. Se puede desertar de un grupo, club o asociación, pero nunca de sí mismo.
3. Decimos que las experiencias nos enriquecen, que hay que probar y pasar por todo. Me pregunto quién se atreve a probar el sabor de Dios: se saborea en su Palabra.
4. El hombre no tiene que hacer nada raro para alcanzar elevadas cimas espirituales; es místico por naturaleza. Claro que, al igual que un campo de petróleo, si no es perforado queda sin descubrir.
5. El crecimiento espiritual es un poco anárquico, solo así puede uno asomarse a abismos inexplorados; los conformistas, presos de sus miedos, los evitan e ignoran. Por eso su espíritu no crece hacia Dios.
6. No hay mayor experiencia humana que la de acceder al Espíritu de Dios. Los escépticos, con su mezcla de sarcasmo y cobardía, jamás sabrán lo que es sentirse libres ante Él.
7. Señor, como el salmista (Sl 131), no aspiro a grandezas que me superan, pero sí a la que tú me has preparado; bien sé que no hay mayor desafío que llegar a ser discípulo de tu Hijo.
8. El que llevado por su Buen Pastor, es introducido en la Belleza inabarcable del Evangelio, descubre con inmenso gozo la dimensión contemplativa de su alma.
9. En la Palabra está la Vida y la Luz, nos dice Juan en el Prólogo de su Evangelio; es por eso que quien acoge las palabras de Jesús se llena de Vida y de Luz.
10. En una sociedad que ha marginado la Trascendencia, Dios vuelve a llamar a nuevos Moisés con la misión de abrir caminos hacia Él a través de los eriales provocados por una sociedad intrascendente.
11. Creo que no hay mayor desgracia que la de vivir como extraños a Dios. Quien así vive, se arriesga a escuchar de Él estas palabras: ¿Quién eres? ¡No te conozco! (Mt 7,23).
12. La espiritualidad de la Palabra pone al descubierto el abismo existente entre nuestra voluntad y la de Dios. Recordemos lo que dijo Satanás a Adán y Eva: Vosotros sois los únicos dioses (Gé 3,5).
13. Una de las experiencias más fuertes que una persona puede hacer es entrar en una Iglesia, sentarse ante el Sagrario y perderse en su Presencia, la de Dios.
14. Dice el salmista: “La boca del justo destila Sabiduría” (Sl 37,30). Efectivamente, Dios Padre puso su Sabiduría en los labios de su Hijo, y tiene un nombre: el Evangelio.
15. Dios dejó que Moisés pudiese ver sus espaldas, mas no su Rostro (Éx 33,23). Sí, primero sus espaldas para ver que en ellas cargan nuestros pecados. Sabiendo esto, en el Sacramento de la confesión tenemos acceso a su Rostro.
16. Sólo el que vence la tentación de ser como Dios (Gé 3,5), está capacitado para dar su vida por Jesús y su Evangelio (Mc 8,35). A los que dan este paso Jesús les llama: mis discípulos.
17. El que justifica su pecado de mil maneras no necesita la Misericordia de Dios. No tiene, pues, ningún sentido que diga: Misericordia, Señor, por tu inmensa bondad y ternura (Sl 51,3).
18. Un corazón maniatado por vanidades y ambiciones jamás podrá agradar a Dios. Alegrémonos con el salmista cuando dice: “Corro por el camino de tus palabras porque tú dilatas mi corazón” (Sl 119,32).
19. El que toma conciencia de que su vida es incompleta sin Dios aplica todos sus sentidos por encontrarle, y es que no soporta vivir con un fracaso así sobre sus espaldas.
20. Dios “se rinde” ante un hombre que, por más que su vida haya sido errada, se llega hacia Él con la misma confianza de David: “Tus palabras son de fiar”.