Despertar de la primavera

1. Nos encanta oír eso de que Dios no defrauda a nadie; pero es posible que no hagamos nunca esta bellísima experiencia porque no le damos la oportunidad de poderlo demostrar.

2. Nuestra alma solamente descansará en Dios, como susurra el salmista (Sl 62,2), cuando tengamos la fe suficiente para confiarle las riendas del nuestra vida.

3. Un hombre crecido en la fe nunca hablará de renuncias, sino de adhesión. Cuanto más su alma y todo su ser se adhiera a su Señor, más intrascendentales le parecerán sus renuncias.

4. Agradecemos cuando alguien en la adversidad nos dice: ¡estoy contigo!, mas somos conscientes de la precariedad de su apoyo. Otra cosa es cuando llega a nuestra alma el ¡Estoy contigo! del Señor (Mt 28,18-20).

5. Todo hombre está en condiciones de vivir la plenitud histórica de su existencia. Plenitud que acontece cuando, en su búsqueda de Dios, llegue a decir como santo Tomás “¡Señor mío y Dios mío!”.

6. Si damos por bueno el refrán “El que a buen árbol se arrima buena sombra le cobija”, ¡qué diremos de quien vive “arrimado” al Señor Jesús y su Evangelio!

7. Discípulo de Jesús es aquel que, con el temblor propio de los pobres de espíritu, se mira en el Evangelio y se reconoce como proyecto de Dios.

8. La prueba de que Dios pasa de las apariencias con las que nos gusta disfrazarnos es que concede audiencia, es decir, abre sus oídos, al pobre y al rico, al mayor y al menor, al profesional y al obrero…

9. Dios se sacude la mano ante todo intento de soborno. Esto vale cuando le prometemos algo a cambio de un favor que le pedimos.

10. Discípulo de Jesús es aquel que vive su fidelidad por encima de sus posibilidades. Me explico. La vive acogiendo la fidelidad con la que Jesús acompañó su llamada.

11. Busca la identificación con el Señor Jesús con alegría interior y exterior. Quien intenta hacerlo solo para salvarse nunca dejará de ser un pobre y triste hombre.

12. Dejar caer la lluvia fina de la Palabra sobre nuestras entrañas hasta que gritemos alborozados como los discípulos de Emaús: ¡Hemos visto al Señor!

13. “¡Se han llevado a mi Señor!”, gritó desconsolada María Magdalena. Hoy estamos tentados a decir lo mismo. ¡Han excluido al Señor de la sociedad! No nos preocupemos, donde hay un discípulo suyo, en él está.

14. Un discípulo de Jesús va creciendo en la fe y en el amor al compás de confianzas y desconfianzas en Él, hasta que alcance la madurez suficiente como para poner su vida en sus manos.

15. Quizá tengamos que poner más atención a los pensamientos inicuos que podemos albergar en nuestro corazón contra alguien. Así alcanzaremos la limpieza de corazón de la que nos habla Jesús (Mt 5,8).

16. “¡No pases de largo!”, suplicó Abraham cuando Dios le visitó (Gé 18,3). Me pregunto cuántas veces ha venido a mi encuentro leyendo el Evangelio y no me he enterado.

17. Grandes ciudades, insoportables soledades, dicen de mil formas los poetas. En esa misma línea, cuanto mayor es el ego de una persona más tirana con él es su soledad.

18. Hay una soledad evangélica que nos hace testigos del Misterio de Dios; que no nos hace solitarios sino solidarios, pues nos empuja a la gran ciudad para llenarla del Misterio que hemos visto y oído.

19. Todo aquel que tiene como culmen de sus ambiciones conocer a Dios, alcanza, al menos en parte, el cumplimiento de su ambición. Dios se manifiesta a quien sabe priorizar sus aspiraciones.

20. Hay una nobleza patente en aquel que se apasiona por el Evangelio de su Señor. Nobleza que pone al descubierto el ridículo a que queda reducido el hombre sin Dios.