
Fotografía: Tobias Mayr (Flickr)
1. No es muy acertado actuar a base de presentimientos, con no poca frecuencia alimentan falsas esperanzas. Dios en ti no es fruto de un presentimiento, sino de un amor recíproco.
2. “Cantad al Señor un cántico nuevo”, nos dice el salmista (Sl 149,1). Sí, porque cada vez que Dios pasa al lado de un hombre se interpone la novedad: ¡Nunca antes había pasado así!
3. Decimos que la vida da vueltas y más vueltas. El problema se hace real cuando el que da vueltas y más vueltas, sin ir a ninguna parte, eres tú. ¡Jesús es el Camino!
4. Señor Jesús, tu Evangelio es como ungüento perfumado que se desliza por mi alma y que me impulsa a decirte: Aquí estoy, ¿qué quieres de mí?
5. Cuanto más tiempo estamos, como María de Betania, a los pies del Señor escuchado su Palabra, tanto mayor será su Presencia cuando vamos al encuentro de los hombres.
6. Llegar a amar a Dios sobre todas las cosas no es una utopía, menos aún un compromiso; es una realidad bellísima que Dios mismo ha puesto como deseo en lo profundo de nuestro corazón.
7. El que predica desde su sabiduría habla palabras domesticadas. El que predica desde el Manantial de Aguas Vivas (Jr 2,13), de su boca fluyen alborozadas palabras libres que liberan a los hombres.
8. Cuando la Palabra que lees y meditas te parece extraña, lo más probable es que seas tú el extraño a ella. Cuando la sientes íntima a tu alma es que has intimado con Dios.
9. Dios solo hace historias increíbles con el que le busca. Es por ello que seduce a tantas almas, sedientas de lo que no ven sus ojos, pero intuyen en su corazón: El Invisible.
10. En la Iglesia de la Anunciación de Nazaret los peregrinos recuerdan el sí de María a Dios. En ese sí se reflejan los millones de síes que millones de discípulos de Jesús han pronunciado ante su llamada.
11. Sólo Dios puede abrir su Misterio al hombre. De ahí la recomendación de su Hijo a sus discípulos: A nadie llaméis maestro, sólo yo puedo mostraros el Rostro de mi Padre por medio de mi Evangelio.
12. Un buen pastor es aquel que acaricia amorosamente el Evangelio de su Maestro, y, sacando de él palabras de espíritu y vida, las ofrece a los buscadores de Dios.
13. Bienaventurado el que, enseñado por el Espíritu Santo, aprende a recitar el Evangelio con los labios del alma al compás de los latidos de su corazón.
14. El hombre tiene el impulso natural que le mueve a adorar. La cuestión es si adora a Aquel que le da la Vida o a quien se la quita. Escoja a quien escoja, no puede dejar de adorar.
15. Recibamos la Palabra como María, en actitud obediencial, y no haciéndonos dueños de ella, como los doctores de la Ley (Lc 11,52). Éstos no sólo no se convierten, sino que obstaculizan a los que quieren convertirse.
16. Cuando el Evangelio pierde su fuerza conversora que nos libra de lo cómodamente correcto, entonces no lo llamemos ya el Evangelio de Jesús, sino el tuyo, el que te hiciste a la medida de tu perversidad.
17. Hay asambleas de movimientos, instituciones religiosas, etc., que parecen encuentros sociales en los que todo son banalidades. Cuando dan con un buen titular, dan por maravillosas las ponencias.
18. Si las buenas palabras humanas hacen de puente que nos acercan unos a otros, ¡qué proximidad creará Dios contigo con las palabras que salen de su boca!
19. Sabio es aquel que descubre al Hijo de Dios en cada texto del Evangelio. Entonces, al igual que Él: ama, perdona, reconstruye, enciende luces, levanta…
20. Cuando un hombre no se siente afectado por el Evangelio que lee o escucha, lo normal es que esté en otras cosas, las suyas, no las de Dios. En estas condiciones, el encuentro con Jesús es inviable.