Cueva

1. El rostro de Dios que brilla en su Palabra ilumina el corazón de todo aquel que busca en ella la Luz que brilla en las tinieblas.

2. Los que reconocen al Hijo de Dios en el Crucificado están capacitados para reconocerle en todo aquel cuyas heridas le tienen postrado en el suelo.

3. Si el Evangelio no se hace fuego en ti ni te mueve a comunicarlo a los otros es que no es para ti sino un libro más; y así es imposible que prenda en tu corazón el Fuego que desprenden sus páginas.

4. La verdadera oración contemplativa es la que Dios mismo nos enseña por medio de su Palabra. Su aula académica no está en edificios suntuosos, sino en tu corazón.

5. ¡Absténganse curiosos! Esto es lo que habría que decir a todos aquellos que abren el Evangelio con el único deseo de conocer a Jesús sólo en cuanto hombre, excluyendo que es el Hijo de Dios.

6. Todo aquel que se expone a que aquellos que le odian por el Evangelio traspasen violentamente su dignidad, aman con amor eterno. Así fue como Jesús nos amó en el Calvario.

7. No es fácil ser instrumento de Dios. Primero hemos de abandonar proyectos en los que ciframos nuestra realización personal, para ser eso, sólo un instrumento en vistas a otro proyecto, el de Dios.

8. La serenidad de un discípulo de Jesús frente al desprecio que los hijos de este mundo arrojan sobre él no es el fruto de ningún ejercicio ascético, sino del Evangelio al que vive abrazado.

9. El rayo láser tiene una cierta semejanza con la Palabra. Ésta sondea nuestra epidermis, la penetra, llega a alcanzar nuestro espíritu y lo llena del Espíritu.

10. Así como cerramos los ojos de la cara cuando disfrutamos de una caricia, también los ojos del alma se cierran cuando reciben palabras recién salidas de la boca de Dios.

11. La Palabra y sólo la Palabra nos permite conocer a Dios en su Misterio, es decir, nos introduce en lo que la Escritura llama el secreto de su corazón.

12. Acostumbrarte, adaptarte e incluso sentirte ridículamente cómodo en la mediocridad supone aceptar el fracaso de tu proyecto de vida.

13. Decir a Dios con palabras tiernas que cambie tu corazón puede no ser más que un adorno espiritual; suplicárselo con lágrimas en los ojos incluso a gritos ya es bastante más serio.

14. Cada vez que Dios te abre su Palabra es como si se volviera a rasgar el cielo, y su Espíritu descendiese sobre ti. Efectivamente, salvando las distancias con la Teofanía del Jordán (Mt 13,16-17).

15. Ninguno de nuestros pecados es inocuo respecto a nuestra integridad. Cada uno de ellos lleva consigo una carga que nos hace más frágiles; sólo Jesús nos libra de tanta opresión.

16. A una persona aquejada de una enfermedad le suenan las alarmas cuando, mirándose al espejo, percibe que sus carnes enflaquecen. Cuánto más deberíamos de preocuparnos cuando percibimos la anemia del alma.

17. Mientras nos quede un soplo de vida también nos quedará al menos un rayo de luz en el alma. Así nos la creó Dios que es Luz, para hacer más natural nuestro encuentro con Él.

18. Hay padres que prohíben a sus hijos cualquier contacto con el cristianismo; los pobres no reparan que una de las máximas de los cristianos es “honrarás a tu padre y a tu madre”.

19. Así como un sabio deleita su mirada en las rosas ignorando las espinas del rosal, así un buscador de Dios está más atento al buen perfume que al mal olor de algunos cristianos, perdón, bautizados.

20. Así como no podemos aprisionar con nuestras manos las llamas de fuego que bailan sobre una hoguera, tampoco podemos aprisionar a Dios a nuestro antojo. Los que le aman se dejan aprisionar por Él.