María con el Niño

1. María guardaba estas cosas, las de Dios, en su corazón. También los discípulos de Jesús guardamos las cosas del corazón de Dios en el nuestro. Así es como Dios crea en nuestra alma la imagen de su Hijo (Rm 8,29).

2. Como Elías fue arrebatado hacia el cielo en un carro de fuego (2R 2,11), también los discípulos de Jesús son arrebatados hacia su Padre por la pasión inmortal por el Evangelio que arde en sus entrañas.

3. Una persona que reza, por ejemplo, los laudes todos los días saca de los salmos “el maná escondido” (Ap 2,17) con el que crece en Dios. De no ser así corre el peligro de que sus ídolos permanezcan intactos.

4. Encontrar un lugar para el Señor dentro del propio corazón, a fin de que los dioses extraños que merodean en él se den cuenta de que no hay sitio para ellos.

5. Un hombre necio es, por ejemplo, el que se ofende porque hieren su dignidad; y sin embargo ni se inmuta cuando toma opciones que le llevan a desertar de la grandeza de su alma.

6. No sabemos cuál de las miradas de Jesús a Pedro tenía más amor: si la que acompañó a su llamada a ser su discípulo o la que le dirigió la noche de sus negaciones. ¡Es tan difícil medir el amor de Jesús!

7. Poseer bienes o ser poseído por ellos, he ahí el dilema. No es cuestión de un tira y afloja entre nuestros bienes y Dios, sino de sabiduría, la que nos viene de parte de Dios.

8. Cuando Pedro se hundió en el mar al caminar hacia Jesús gritó angustiado ¡Señor, sálvame! (Mt 14,30). Dice el Evangelio que al punto Jesús le tendió la mano, lo que nos indica que jamás se había separado de él.

9. Los pequeños de los que habla Jesús (Mt 11,25) no llevan su pequeñez a remolque, pues no aguantarían mucho tiempo; sino que la saborean a la vez que saborean el Evangelio, e incluso al mismo Dios.

10. La oración poco tiene que ver con la recitación más o menos atenta de frases o textos inspirados, es sobre todo un encuentro con la Palabra en su lugar más propio: tu corazón. Así oraba Jesús al Padre.

11. Es fácil quejarse por el desprecio sufrido a causa de ser discípulo de Jesús. Sepamos que san Policarpo, en tiempos de persecución extrema, dijo que las cadenas con las que amarraban a los cristianos eran su diadema, el honor de su frente.

12. Cuando un sacerdote palpa en su corazón que el Evangelio contiene palabras que son vida y espíritu, ni él se cansa de predicarlo ni los buscadores de Dios de escucharle.

13. Hay dos tipos de personas entre las que han dejado la oración: los que saben que se aburren con Dios, y los que dicen que no tienen tiempo. Los primeros, puesto que dicen la verdad, están muy cerca de recibir el don de orar sin aburrirse.

14. En la oración es muy importante el silencio interior no impuesto, sino deseado. Ese silencio que el hombre orante reconoce como preludio de Dios que se acerca con una Palabra para su corazón.

15. Dos personas que se aman de verdad se reconstruyen una a la otra. Esto es un principio de valor universal. Sin embargo, en el amor entre Dios y el hombre, el único que reconstruye es Él.

16. El hombre es dado a representar un personaje en el teatro interior programado por sus vanidades. Lo inaudito de este personajillo es que intenta cumplir con Dios. Jesús lo llama fariseísmo.

17. Los amantes de la Palabra saben lo que es estar al acecho al abrir las Escrituras. Están vigilantes esperando que de sus páginas destellen la luz de Dios; entonces están en condición de ser luz del mundo.

18. Las palabras que los enamorados se entrecruzan son estremecedoramente tiernas. Las entrecruzadas entre Dios y los suyos también; pero al ser entre Espíritu y espíritu, la ternura se abre al infinito.

19. El cara a cara con tu debilidad es muy humillante, de ahí que usemos máscaras ante los demás. Sin embargo, quien no excusa su debilidad sino que la pone en manos de Dios es bañado por la luz de su rostro.

20. Pocas cosas tan bellas como no controlar nuestro tiempo de oración; es dejar la puerta abierta a no controlar tu amor a Dios. Tampoco Él está por la labor de contar las Palabras de vida que te da.