Niña oliendo una flor

1. Un amante del Evangelio será siempre apasionadamente discutido, como Jesús, de quien el anciano Simeón profetizó que sería señal de contradicción, a fin de que los corazones de los hombres quedaran al descubierto (Lc 2,34).

2. Muchas son las ramas que crecen en el frondoso árbol del Evangelio de Jesús. No son ramas vacías, sino que llevan sus frutos, y es que llevan la divinidad impresa en sus raíces.

3. Cuando un hombre toma un camino equivocado en la vida, tarde o temprano su interior queda a la intemperie. Esto no es un castigo, es una señal dada por Dios para recuperar la integridad perdida.

4. Cuando se apaga el fuego del hogar, la primera tentación es buscar otro fuego… que también el tiempo se encargará de apagar. Sólo el Fuego de la Palabra no se extingue.

5. Nada más parecido a un volcán en ebullición que lo que llamamos el sosiego del alma, aunque parezca una contradicción. Y es que solamente desde el sosiego del alma puede un hombre llevar a cabo la misión, siempre explosiva, que Dios le propone.

6. Cuando el amor a la Verdad no tiene su peso en el alma, difícilmente un hombre se inclinará hacia algo que es tan propio de ella como, por ejemplo, la belleza, la sabiduría, la sensatez, el amor, en definitiva ¡Dios!

7. Sólo Dios da al hombre libertad y autonomía para hacer su propio camino, pero con una particularidad: que si se equivoca, no le deja solo en su postración, sino que va a su encuentro y le arropa con su Ternura.

8. Nacimos para la gloria, y quien renuncia a ella deserta de sí mismo. La gloria humana es para muy pocos y además diluyente. El resplandor de la Gloria que Dios nos ofrece es eterno.

9. Lo realmente maravilloso de guardar la Palabra en el corazón es que éste se convierte en el hogar de Dios dentro de ti. No pensemos que Dios viene a rebajarse en ti, viene a levantarte hacia Él.

10. Sólo cuando Jesús, el Hijo de Dios, se nos muestra como increíble e inconcebible a los límites de nuestra razón, sólo entonces, ella, la razón, da el salto que la hace connatural con el Misterio de Dios.

11. Dios creó al hombre para la inmortalidad; sin embargo, no le obliga a aceptarla. De hecho hay quienes se empecinan en no tener otro patrimonio existencial que la muerte total.

12. La grandeza de un hombre se mide por la grandeza y calidad de sus inquietudes. Si su inquietud señera consiste en llegar a ser hijo de Dios (Jn 1,12), su grandeza se dispara hasta el infinito.

13. Todos conocemos esa tortura interior que nos fustiga diciendo por qué hicimos o dejamos de hacer esto o aquello. Cuando Dios acontece en un hombre, la tortura ya no tiene argumentos para apalearnos más.

14. Las explosiones de gozo del alma cuando se siente palpada por el Espíritu de Dios son inmedibles, dado que entran en la categoría de la Trascendencia.

15. Todo lo que no es Dios lleva el sello del resquebrajamiento. Esto no es un principio fatalista, al contrario, es una invitación a que nuestras alegrías lleven el sello glorioso de la eternidad.

16. Demasiado baile, y más aún, vivir en el temor de que el baile de la vida llegue a su punto final. Quizá si miramos por la ventana del salón, percibimos al Autor de la Fiesta que no tiene fin.

17. ¡Señores viajeros, al tren!, oímos en las películas antiguas. Señores viajeros, estamos de paso por la vida; sería bueno saber qué tren nos conviene coger.

18. Cuando un instrumento está desafinado, si lo apreciamos, no lo echamos al trastero, sino que lo llevamos a arreglar. Esto es el Sacramento de la confesión: arreglar nuestra alma cuando desafina, porque nos importa y mucho.

19. Muchas son las razones que nos vienen a la mente a la hora de ceder ante una tentación, y sólo una para vencerla; el que la prefiere nos recuerda al que escogió la perla preciosa sobre todas las demás.

20. Jesús no sabe mirar a nadie si no es para entregarse a Él. Por eso cuando descubrimos su mirada en el Evangelio es porque nos ha elegido.