Cruz

1. El discípulo de Jesús ama a imagen y semejanza del Evangelio, lo que equivale a decir a imagen y semejan de Dios, pues su Espíritu desciende sobre todas y cada una de sus palabras.

2. De nada nos sirve decir que creemos en Dios si no le conocemos. Esto fue lo que quiso decir Jesús a los fariseos con estas palabras: “…sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía, a ése vosotros no le conocéis” (Jn 7,28b).

3. Cuando tomamos el Evangelio en nuestras manos y lo recorremos con los ojos del alma, estamos haciendo caso a Jesús que nos dice: “Venid a mí los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso…” (Mt 11,28…).

4. Dijo Juan Bautista a los fariseos: “Dios puede sacar de estas piedras hijos de Abraham…” Jesús fue mucho más allá todavía. Dijo que Dios llegaría a hacer de un hombre, un hijo suyo al acoger su Palabra (Jn 1,12).

5. Lucas nos dice que Jesús inicia la predicación del Evangelio con la fuerza del Espíritu Santo (Lc 4,14). Nuestra misión como discípulos suyos no nos pertenece, no la podemos hacer por nuestra cuenta, sino con la fuerza del Espíritu Santo, como Él.

6. Si la Eucaristía hubiese sido un invento de los apóstoles, la Iglesia sería la asociación más defraudadora del mundo. Sin embargo, la Eucaristía nace de las palabras de Jesús en la Última Cena (Mt 26, 26-28). Esa noche el Hijo de Dios se hizo alimento de los cristianos.

7. Cuando arrecia el mal tiempo solemos decir: el frío ha venido para quedarse. De la misma forma, cuando acoges la Palabra como María de Nazaret, puedes decir: ¡Dios ha venido a mí para quedarse!

8. Una persona que carece de signos visibles en su crecimiento es un ser sin certezas. Así mismo necesitamos que un sacerdote nos diga en nombre de Dios: “Tus pecados quedan perdonados” (Jn 20,23). He ahí una de las certezas más bellas.

9. Hay quien se lamenta de la ausencia de Dios en su vida y no se duele de la ausencia del Evangelio en su corazón. Lloremos más bien por esta ausencia provocada por nosotros mismos.

10. En la más absoluta de las necedades muchos hombres aceptan someterse y hasta doblegar sus convicciones por los jefes de sus partidos políticos, al tiempo que arremeten con furia el yugo de Jesús que, como Él dice, “es suave y ligero”.

11. Somos del viento, dijo el poeta, y las masas enfervorizadas gimieron emocionadas. Os traigo el soplo de Dios, el viento que levanta vuestras alas hacia mí, dice Jesús. Y estas mismas masas gritan a quienes creen en Él: ¡estáis engañados!

12. Más corre Dios al encuentro de quien le busca que el hombre que se encamina hacia Él. Es más, a los buscadores les da por pensar a veces que nunca llegarán a abrazarse con Dios. Bien sabe Él que sí.

13. ¡Libertad!, gritaba el pobre hombre que, atado a sus pasiones, no conseguía caminar hacia Dios. ¡Eres libre!, le dice el Hijo desatando sus cadenas y transformándolas en clavos para su cruz.

14. Si nos atreviéramos a soñar con la imaginación de Dios, soñaríamos que Él descendería hacia nosotros, nos miraría a los ojos y nos llamaría por nuestro nombre. ¿Sueños? Algunos dicen que sí, pero está escrito en el Evangelio (Jn 10,3).

15. Muchas son las encrucijadas que aparecen en nuestra vida…, es fácil equivocarse al tomar una dirección. Nosotros sí, pero Dios no; pues, aun habiendo escogido el camino equivocado, Él se nos hace el encontradizo.

16. Mirad a lo alto, gritó una vez un hombre a todo un pueblo sumido en desgracias. Sí, hacia lo alto, porque mirando hacia abajo es imposible salir de ellas. Miremos a lo alto, decía el hombre de Dios, que Él es especialista en cruzar miradas.

17. Hay quien desafía los abismos más inhóspitos para recibir una medalla que con el tiempo termina en un cajón. Hay quien se adentra en el abismo del creer en Dios y recibe “la corona que no se marchita” (1P 5,4). Los hay listos, ¿no es cierto?

18. Las velas que, hinchadas por el viento, acercan el velero al viento, me hacen pensar en las entretelas de las almas que, habituadas por el susurro suave de Dios, se sienten atraídas hacia Él.

19. Así como la cuerda tensa el arco para que la flecha vuele firme hacia su objetivo, así nos conviene tensar las cuerdas del alma ante el Evangelio a fin de que sus saetas de fuego nos alcancen.

20. Dice san Agustín que el deseo del alma por conocer a Dios se ve cumplido más por la intensidad de la comunión que por vía intelectiva. Intensidad de amor que nos permite, aun a tientas, palpar el Rostro del Invisible.