Vela

1. Como dice san Pablo, en toda persecución e injuria a causa de nuestro seguimiento a Jesucristo, vencemos y convencemos no a causa de nuestros discursos sino “…gracias a Aquel que nos amó” (Rm 8,35-37).

2. Si la fe de una persona se tambalea a causa del mal o de la sabiduría de este mundo, habría que pensar que dicha fe está más apoyada en la arena que en la Roca (Mt 7,24…).

3. El Pan que Jesús antepone al que le ofrece Satanás es la misma Substancia de Dios. En la medida en que ésta nos empapa, más de Dios vamos siendo. La Substancia de Dios resplandece con su luz propia en la Eucaristía. Recordemos: “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo” (Mt 26,26).

4. Cuando un hombre no se justifica ante Dios por sus pecados da un enorme salto en su fe, pues superó el sí… ya… pero… de Adán y Eva que hacen suyo los que se excusan de forma parecida.

5. ¡Padre, -dice Jesús en la cruz- perdónales porque no saben lo que hacen! Es cierto, somos tan irresponsables que no vemos el mal que nos hacemos cuando vivimos al margen de Dios.

6. Todos conocemos la fábula del rey a quien le hicieron creer que estaba esplendorosamente vestido, cuando en realidad iba desnudo. Así vamos por la vida cuando nos quitamos a Dios de encima: desnudos.

7. Una definición francamente bella que la Iglesia primitiva daba a quienes alcanzaban su madurez como discípulos de Jesús, era que “vivían conforme a la voluntad de la Palabra”.

8. Necesitamos abrir los ojos del alma para ver al Invisible que vive en la Palabra; y también el gusto espiritual para saborear al Hijo de Dios en la Eucaristía. Fue profetizado: “Gustad y ved qué bueno es Dios” (Sl 34,9).

9. Los que se atan a las obras de sus manos como si éstas tuviesen capacidad de darles la vida, en nada se diferencian a los que en la antigüedad se ataban a dioses por ellos inventados.

10. Basta con tener una simple percepción o intuición de la Belleza del Invisible para reorientar nuestros pasos hacia la Inmortalidad. Todo esto y mucho más experimentan los verdaderos buscadores de Dios.

11. Podríamos decir que Dios guardó su belleza infinita en su Palabra para que todo aquel que, como María, la llevase hacia su interior, pudiera ver los destellos de su Gloria.

12. Dame un corazón sincero, suplicó David a Dios al tomar conciencia de su debilidad (Sl 51,8). Corazón sincero es el del sabio, tan sabio que escoge bien su Roca de apoyo.

13. La luz de la Resurrección del Señor Jesús penetró con tal fuerza en su Evangelio que el Misterio de Dios quedó accesible no para cualquiera, sino para los hambrientos de espíritu y vida.

14. ¿Quién es el Señor para que yo le escuche y le haga caso?, dijo el Faraón a Moisés (Éx 5,2). No hemos cambiado mucho; en nuestra arrogancia decimos, como el Faraón, ¿quién es Dios para dirigir mi vida?

15. Un Hijo nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado, cantamos en Navidad. Resuena también en los cielos cuando un hombre se vuelve a Dios.

16. Amar las cosas de Dios más que las nuestras, he ahí la fuente de la sabiduría. Sabio es aquel que reconoce en las cosas de Dios su plenitud humana, al tiempo que reconoce también la temporalidad de sus cosas.

17. Mi Buen Pastor me sostiene cuando camino entre tinieblas y cuando me hundo en las aguas caudalosas. También sé que me sostendrá y atraerá hacia Él cuando la muerte venga a visitarme.

18. “La mitad de mi reino”, como prometió Herodes a Salomé, o reinar para siempre con Jesús. El necio, en su insensatez, escoge la mitad que se le ofrece, sin tener en cuenta que vivirá en continuo litigio con el dueño de la otra mitad (Mc 6,23).

19. Si hoy escuchas su voz, no endurezcas tu corazón, dice el Señor (Sl 95,7…). El día que tú escuches a Dios con corazón sincero, oirás lo mismo que los pastores de Belén: Hoy ha nacido el Salvador en tus entrañas.

20. El que va a la Palabra sólo para ser un entendido termina adorándose a sí mismo; el que va con el firme deseo de convertirse, termina confesando “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28).