1. Tenemos que dejar a Jesús que, con su mano de cirujano, estirpe los quistes del miedo y desconfianza que Satanás incrustó en nuestro corazón. Dejemos, pues, que el Hijo de Dios haga su cirugía.
2. Los apóstoles creyeron que Jesús venía del Padre no tanto por sus milagros, sino porque vinieron a saber que sus palabras les daban la Vida (Jn 6,67-69).
3. Fijar mi mirada en Ti, Señor, sabiendo que estás tan pendiente de mí que, apenas me ves abierto a tu Evangelio, vienes a mi encuentro.
4. Adherirme a Ti sin condiciones, mi Dios, es lo que yo quisiera. Nada me lo impide, o sí, me lo impido yo mismo con mis dudas y desconfianzas. Señor Jesús, ayúdame.
5. Confiesa el sabio: “Me has dado, Señor, bienes con tus palabras…” (Sl 119,65) y seguimos en nuestra necedad gastando nuestra vida en otros bienes que, tarde o temprano, se nos escapan.
6. La Belleza es como el vestido tras el cual se vislumbra la gloria y el amor de Dios. Se puede prescindir de alguna o muchas cosas, pero no de esta Belleza, de Dios.
7. El hontanar de las aguas vivas de Dios que es su Palabra, viene al encuentro de la sed que todos tenemos del infinito. Los que realmente cuidan y valoran su alma lo encuentran.
8. No podemos manejar el Evangelio del Hijo de Dios a nuestro antojo. Arrancar de él Sacramentos como, por ejemplo, la Eucaristía y la Penitencia sería como burlarse de Dios.
9. Una persona habitada por Dios vive al ritmo de su Aliento. Su paso por el mundo podría parecer anodino, imperceptible; sin embargo, a todos les deja algo de su alma: el perfume del Aliento.
10. Los discípulos de Jesús en el mundo son su boca, sus ojos, sus oídos, sus pies y su corazón… Son el amor visible de Dios para todos los hombres.
11. No hay mayor injusticia, agresión al hombre, que el de arrebatarle el amor… que dentro del alma se llama Amor. Sólo los resentidos actúan así.
12. El hombre que se vuelve a Dios con corazón sincero no es movido por temor al castigo, sino por el deseo innato de recuperar la dignidad que perdió alejándose de él.
13. La intimidad con Dios no es un sobreañadido a nuestro existir conseguido a base de esfuerzos; es lo más natural y genuino del hombre que se precie de eso, de ser hombre.
14. Las heridas del alma hacen parte de nuestra existencia; taparlas con evasiones, distracciones, actividades o aventuras no hacen sino favorecer su putrefacción.
15. El perdón de los pecados dado por el sacerdote por deseo expreso de Jesús (Jn 20,22-23), es un perdón regenerador a quien lo recibe que alimenta el deseo de no hacer daño a nadie.
16. Sólo una mano redentora, la del Hijo de Dios, puede alzarnos hacia la superficie cuando, derrotados, nos dejamos sumergir en las aguas del mal.
17. “Gracias a mí daréis fruto”, prometió Dios (Os 14,9). Promesa espectacularmente bella que se cumple en todo aquel que se abraza al Señor Jesús y a su Evangelio.
18. El mal del pecado respecto al hombre es que se convierte en una carga que le somete. Lo dijo el salmista: “Mis culpas sobrepasan mi cabeza, son un peso superior a mis fuerzas” (Sl 38,5).
19. Satanás, con sus mentiras, abrió un abismo infranqueable entre el hombre y Dios quien, compadecido de nosotros, se encarnó y se hizo Camino franqueable (Jn 14,6).
20. Cuando un hombre se abre a Dios cae en la cuenta de lo importante que es para él, pues oye que le dice: “Escucha hija mía, abre tu oído, el rey se prendará de tu belleza” (Sl 45,11).