Luz entre los árboles

«Y no habrá ya maldición alguna; el trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad y los siervos de Dios le darán culto. Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. Noche ya no habrá; no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos.» (Apocalipsis 22, 3-5)

 

Tu luz

Respirar profundo y sentirse hijo de la Luz.

Nacidos a la Luz desde el dolor de las tinieblas, mirando hacia esa puerta que un día, la vida, Tú, nos invitaste a cruzar.

Luz que nos asusta y nos abruma, que nos habla de quiénes somos sin mentiras, sin engaños.

Detrás de esa puerta, tu Luz y nosotros, al otro lado, dudando, atraídos por ella pero con el temor de perder todo aquello que hemos construido en días de disfraces y mascaradas.

La vida que describe quiénes somos, pero que nos miente.

Y ahí está tu invitación para nacer a la Luz, nacer a tu misericordia y a la dulzura de tu Luz.

Nos cuesta entender que el dolor de ese nacimiento forma parte del trayecto y allí estas Tú, que lo sabes, recogiendo nuestro miedo en tus manos.

 
«Jerusalén, quítate tu ropa de duelo y aflicción, y vístete para siempre el esplendor de la gloria que viene de Dios. Envuélvete en el manto de la justicia que procede de Dios, pon en tu cabeza la diadema de gloria del Eterno. Porque Dios mostrará tu esplendor a todo lo que hay bajo el cielo.» (Baruc 5, 1-3)