«Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, llegó Jesús y, puesto en medio, les dijo: ¡Paz a vosotros! Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaronm viendo al Señor. Entonces Jesús les dijo otra vez: ¡Paz a vosotros! Como me envió el Padre, así también yo os envío.» (Jn 20, 19-20)
Ven Señor
Ven, Señor.
Ven, Tú
sin palabras que te definan -las palabras nos separan tantas veces de Ti-
sin construcciones de mi mente
sin imágenes que te representan.
Ven Tú, Señor, Tú mismo
ven Tú, con ese poder que lo cura todo
ven a curar mis heridas, heridas de mis hermanos, heridas del mundo
todos, esperando a que vengas en cada segundo de nuestra existencia
ven Tú, sólo Tú.
Que el aire se llene de Ti y nos traspase el alma
dinos, con tu presencia, que podemos verte sin imágenes, sin ideas, sin esfuerzo
toma nuestra mano y llévanos al lugar donde te podemos ver así,
como Tú eres, de verdad.
Así, seguro que es la Vida Eterna, que Tú nos has prometido.
«Porque este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días declara el Señor. Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y no tendrán que enseñar más cada uno a su prójimo y cada cual a su hermano, diciendo: ‘Conoce al Señor’, porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, declara el Señor, pues perdonaré su maldad, y no recordaré más su pecado.» (Jr 31, 33-34)
«He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.» (Lc 24, 49)
Yo no puedo
Yo no puedo arrancar estas raíces que contaminan mi corazón.
Yo no puedo amar a quien me hiere
yo no puedo renunciar a lo que deseo
yo no puedo preferir mi humillación a mi gloria.
No puedo renunciar voluntariamente a la grandeza que la vida me ofrece y dar un paso hacia atrás, sin hacer ruido.
Yo no puedo vivir sin certezas, yo no puedo desprenderme de lo que tengo.
Yo no puedo, Señor, pero Tú si puedes por mí.
Lo que yo sí puedo es levantarme cada mañana y gritarte cuánto lo deseo; abrir estas páginas y rezar para escuchar tu voz y sentir que es posible.
Yo no puedo volar, Padre, pero me has dado la voluntad de quererlo, de amar la idea de llegar un día a poder lo que hoy no puedo.
Hoy de nuevo, con la libertad y voluntad que me has regalado, vengo hacia ti para pedirte y decirte, Señor, porque me lo has prometido ¡qué pueda!
«Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Yavé tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.» (Is 40, 29-31)