

Año: 2016
País: Estados Unidos, México, Taiwán
Duración: 161 min.
Género: Drama, Histórico
Categoría: Congregaciones
Edad: +18
Director: Martin Scorsese
Guión: Martin Scorsese, Jay Cocks
Música: Kathryn Kluge, Kim Allen Kluge
Fotografía: Rodrigo Prieto
Reparto: Andrew Garfield, Adam Driver, Liam Neeson, Tadanobu Asano, Ciarán Hinds, Issei Ogata
Segunda mitad del siglo XVII. Los misioneros Sebastiao Rodrigues y Francisco Garrpe solicitan a su superior que les permita poner rumbo a Japón en busca del padre Ferreira, una vez que conocen la noticia de que su mentor ha renunciado a su fe, tras haber sido torturado. Al desembarcar en tierras orientales, los jesuitas serán testigos directos de la violencia a la que son sometidas unas comunidades cristianas, relegadas a la clandestinidad.
Casi tres décadas llevaba Martin Scorsese con la idea de realizar esta película, cuyo desarrollo se ha dilatado en el tiempo por diversos motivos. Aunque el neoyorquino nunca se ha prodigado mucho como guionista, ha coescrito esta historia con Jay Cocks. Este hecho constata que estamos ante un trabajo muy personal, que se basa en la novela homónima del autor nipón y católico Shusaku Endo, publicada en 1966.
Scorsese nos presenta un largometraje muy sombrío y reflexivo, en el que no deja espacio al entretenimiento. Rodado en Taiwán, se escenifica entre las brumas de un lugar inhóspito para sus visitantes, recibidos con hostilidad en un país muy hermético hacia el exterior y temeroso de la influencia de las potencias occidentales en su población. El vigor y la capacidad descriptiva de las imágenes, fotografiadas con gran destreza por el mexicano Rodrigo Prieto, tienen una gran relevancia en la narración y nos introduce en una atmósfera malsana, dominada por el miedo.
Cuando los padres Rodrigues y Francisco llegan a Japón, descubren la fe sencilla de los campesinos conversos, fruto de una evangelización que ha echado raíces, pero que está siendo literalmente aplastada. Los sacerdotes son el objetivo prioritario de unos perseguidores, que arremeten contra los pastores para dispersar su rebaño. Sin embargo, los terribles castigos físicos de sus verdugos irán principalmente hacia los fieles para culpabilizar a los religiosos y colocarlos ante un complicado dilema moral, encaminado a quebrantar su voluntad y conseguir su apostasía. Por eso, deberán luchar ante la fragilidad de la naturaleza humana, muy palpable en su guía Kichijiro, un Judas que suplica una y otra vez el perdón.
A la amplia nómina de personajes atormentados de Scorsese, hay que añadir al padre Rodrigues. Eso sí, es necesario hacer una importante precisión y es que, en la extensa filmografía del realizador, encontramos pocos ejemplos tan luminosos como el de este misionero. Se trata de un hombre firme en su fe e implicado con los demás, cuyas dudas irán creciendo, a medida que observa la manera en que los cristianos son masacrados por no negar a un Dios, que permanece en silencio actuando de una forma muy distinta a la que él pensaba. En la representación de su particular vía crucis, abundan las referencias a la Pasión de Jesús.
Rodrigues está interpretado con un encomiable compromiso por parte de Andrew Garfield, cuya preparación para el papel incluyó unos ejercicios ignacianos, dentro de la instrucción dirigida por el jesuita James Martin. También brillan las aportaciones de Adam Driver, otro de los mejores actores jóvenes del panorama actual, y del experimentado Liam Neeson, justo treinta años después de participar en La misión, en una época en la que su carrera comenzaba a despuntar.
Esta fiel adaptación de la novela de Endo se excede en su metraje, sin escatimar en la violencia inherente al relato y siempre muy presente en la producción de Scorsese. Las inquietudes existenciales de este antiguo seminarista convertido en cineasta, han quedado plasmadas en esta áspera cinta que se desmarca de otras propuestas religiosas más sensitivas, para ofrecernos una honda reflexión espiritual, a través de una obra cinematográfica de altura, que te deja lo suficientemente noqueado como para no quedar indiferente ante las cuestiones planteadas.