

Año: 1953
País: Japón
Duración: 136 min.
Género: Drama
Categoría: Películas con valores
Edad: +7
Director: Yasujirô Ozu
Guión: Yasujirô Ozu, Kôgo Noda
Música: Takanobu Saitô
Fotografía: Yûharu Atsuta
Reparto: Chishû Ryû, Chieko Higashiyama, Setsuko Hara, Haruko Sugimura, Sô Yamamura, Kuniko Miyake
Una pareja de ancianos viaja a Tokio para visitar a dos de sus hijos, pero estos están centrados en sus quehaceres y apenas les prestan atención. Únicamente se preocupa por ellos su bondadosa nuera Noriko, que alivia su aflicción, ofreciéndoles un afecto que no reciben por parte de sus hijos.
Esta radiografía de una familia japonesa de mediados del siglo XX es la obra más emblemática de Yasujirô Ozu. El realizador oriental plasmó los cambios sociales del Japón de la posguerra, donde la modernidad trajo un ajetreado estilo de vida que repercutió en un abandono de los valores tradicionales. La diferencia entre el pasado y los nuevos tiempos se refleja en el conflicto generacional surgido cuando unos padres, que residen en una tranquila zona rural, no encuentran acomodo en la ciudad. Sus hijos los tratan como un estorbo y ni siquiera se esfuerzan por alimentar los lazos entre nietos y abuelos, sino más bien al contrario con su forma de actuar.
El matrimonio Hirayama sufrió la pérdida de uno de sus descendientes en la guerra. Noriko, la viuda que dejó, será un bálsamo para los ancianos. La sincera amabilidad que les profesa contrastará con el egoísmo de sus cuñados, que aprovechan para delegar en ella sus responsabilidades.
Ozu tenía un especial interés por las tramas familiares. En esta película despliega un relato más denso de lo que sugiere su aparente sencillez. El cineasta coloca los vínculos afectivos por encima de los de sangre y, asimismo, habla sobre las expectativas paternas frustradas, en parte, por unas desmesuradas exigencias.
La puesta en escena tampoco es tan simple como parece, pues es fruto de una calculada planificación y de un guión bien perfilado por el propio Ozu y Kôgo Noda, su colaborador habitual. De hecho, el rodaje y la edición del film transcurrieron con rapidez. El director adopta un ritmo pausado y va contando la historia mediante una cámara estática. Resulta magistral su utilización de los espacios interiores, jugando con la profundidad de campo.
Yasujirô Ozu logra mostrar emociones auténticas, sin recurrir a ningún tipo de artificio. Presenta un elaborado retrato de la vejez, en el que aflora la nostalgia. El cincuenta aniversario del estreno de esta cinta fue conmemorado con la realización, de la mano de Yôji Yamada, del espléndido remake Una familia de Tokio.