Rudy, reto a la gloria

Puede que alguna vez te hayan dicho que no podías hacer esto o lo otro, cuando tú creías que sí y has acabado logrando lo que buscabas. Esto es, básicamente, lo que cuenta Rudy, reto a la gloria, basándose en una historia real. Su joven protagonista siempre ha soñado con jugar al fútbol americano en el equipo de la Universidad de Notre Dame, pero su complexión física no es la de un jugador de rugby y sus problemas de dislexia no ayudan a que sus notas sean las que necesitaría para ir a Notre Dame. Sin embargo, tiene una voluntad de hierro y esa es su gran fuerza.

Sean Astin, Sam en la trilogía de El señor de los anillos, representó el papel principal en esta película dirigida por David Anspaugh, quien ya estaba familiarizado con el género deportivo por su experiencia como realizador en Hoosiers: más que ídolos. Aunque la cinta resulta excesiva en ciertos momentos, es efectiva como relato de superación personal, entre otras cosas, porque no sigue a alguien con unas capacidades para el deporte por explotar, sino a un chico sin el suficiente talento, pero sobrado de corazón.

Rudy pertenece a una familia obrera y su destino más probable parece una planta siderúrgica, donde trabaja algún tiempo, y en la que se ganan el jornal su padre y uno de sus hermanos. Tras decidirse a reanudar sus estudios intenta, contra todo pronóstico, ingresar en Notre Dame. Allí conoce a un sacerdote que le presta su asistencia. Los centros educativos católicos en los que el protagonista se forma -y reza- le aportan un trasfondo espiritual al largometraje.

En la entrada de un campo de fútbol para juveniles de mi ciudad hay un cartel que les pide a los padres -no a los chavales- mantener la compostura. Algunos exigen más de lo que deberían a sus hijos. A Rudy Ruettiger le ocurrió justo lo contrario. En la adaptación cinematográfica de su vida vemos cómo, salvo un amigo, nadie creía en él. No obstante, tan inconveniente es asimilar las expectativas desmedidas de otros como aceptar sus límites. Lo mejor es que cada uno se marque sus propias metas.

Recuerdo una charla, en el curso previo a la universidad, en la que un franciscano que me marcó mucho, el padre Arsenio, nos animaba a tener sueños. Los sueños son los que mantienen viva esa llama que te impulsa a luchar por hacerlos realidad. Pero a veces se cumplen y otras no, puesto que los resultados también dependen de la suerte. Y eso es muy evidente en el deporte, donde, pese a todo y más allá de victorias o derrotas, se propician experiencias y valores, como el trabajo en equipo o el esfuerzo personal, que pueden quedar para siempre. Porque el mayor triunfo -el que no depende del azar- está en la perseverancia, en no rendirse jamás.