No recuerdo con exactitud cuándo, pero hace ya bastante tiempo que descubrí el mediometraje que Manuel Gutiérrez Aragón dedicó a la Semana Santa de Sevilla. Fue en casa de un amigo cofrade, que guardaba el DVD de la película como oro en paño. Se notaba que aquel documental le había llegado, como les ha pasado a otros muchos espectadores.
La producción se estrenó en 1992, justo el año en que Sevilla acaparó una gran atención con su Exposición Universal. Contó con un generoso presupuesto y tiene un metraje de unos cuarenta minutos. Las imágenes de la Pasión hispalense se suceden sin narración -en la versión original-, únicamente acompañadas por los acordes de marchas procesionales, interpretadas por la Orquesta Filarmónica de Londres a las órdenes de Antón García Abril.
La Semana Santa española es un evento de tal magnitud espiritual, artística, cultural y antropológica que me cuesta entender que el cine patrio no haya reflejado su riqueza, a excepción de esta obra del cántabro Gutiérrez Aragón. Se trata de una circunstancia que dota de una mayor singularidad a la propuesta, que está rodada exclusivamente con luz natural y contiene unos espléndidos planos aéreos de la capital de Andalucía. Siempre me han sorprendido las muchedumbres que congregan las procesiones sevillanas, documentadas aquí en momentos como la salida de la Esperanza Macarena.
Pese a que han transcurrido casi tres décadas desde su presentación, el film no ha caído ni mucho menos en el olvido. En 2019 se remasterizó y se reestrenó en 4K en varios lugares, y durante esta misma Cuaresma se ha proyectado en el teatro de la Maestranza, con la música en directo de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Tras ser restaurado también fue noticia por la negativa de Televisión Española a adquirir los derechos para su emisión. La respuesta que recibió su productor, Juan Lebrón, es que la cinta «no es de interés actual».
Sevilla me fascina, entre otras cosas, por su manera de sentir la Semana Santa, mostrada en este título de indudable valor histórico. Esa «pasión compartida y trasmitida de padres a hijos» -que reza el texto de su prólogo- no queda otra que volver a vivirla de forma diferente este año. Y no está de más recurrir a documentos como este para rememorar unos días que regresarán, aunque ahora resulten tan lejanos.