Reloj

«Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera.» (Jn 6, 37)

 

Este minuto

Este minuto, este instante mínimo de tiempo ocupado por ti, es obra tuya.

No permitas que yo le arrebate su gloria con mi mente y mis pensamientos.

Invade Tú con tu eternidad cada esquina de este instante y conviértelo en un destello de tu luz en el mundo.

Que mi mente, como potro desbocado, no arrebate la eternidad de este aire que envuelve y abraza, de este instante que te pertenece mucho más que otros instantes de mi vida.

Así, deslizándote dentro de mí y conquistando mi mente.

Así, ganando la batalla al tiempo y a la tierra, a los pensamientos de la tierra, a las ataduras de esta tierra que sujeta nuestros pies.

Así, en un instante, sólo en un instante, vivir tu presencia. Vivirla de forma que valga por una vida entera.

 
«Yavé se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia.» (Jr 31, 3)


 
«¿No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corred de manera que lo consigáis! Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible.» (1 Co 9, 24-25)

 

Corredores hacia el cielo

Corramos sin descanso y ganemos el pulso a la desesperanza de este mundo que nos asalta a cada paso y nos golpea diciendo que no existes.

Corredores del infinito, fijos lo ojos en la Voz que un día escuchamos y que se ha convertido en nuestra música interior.

Palabras de esperanza que no permiten dejar de correr a un corazón que no se conforma con lo que sintió ayer y pide más.

Acortando el camino entre el que ciñó nuestra cintura aquel día de sombras, convertido en luz por su decisión y voluntad.

Corredores de la vida, arrebatándole al mundo la quietud de los indolentes, llenando de pasión lo que miran y buscando en cada brizna de tiempo, ver a Dios.

Equivocados, tantas veces, pero llenos de pasión por el que abrió la puerta a nuestra existencia atrapada y nos lanzó a correr hacia su morada, punto final de nuestra existencia y comienzo de nuestra vida junto a Él.

 
«Llévame en pos de ti: ¡Corramos! El Rey me ha introducido en sus mansiones; por ti exultaremos y nos alegraremos. Evocaremos tus amores más que el vino; ¡con qué razón eres amado!» (Ct 1, 4)