
Fotografía: Mauricio Artieda (Flickr)
«Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada».» (Lc 1, 46-48)
Gracias, Señor
Porque cada día te hablo y me escuchas,
Gracias, Señor.
Porque en esta conversación, calmas mi alma,
Gracias, Señor.
Porque con tus palabras, recibo luz para iniciar el camino,
Gracias, Señor.
Porque nunca me engañas cuando pongo mi vida ante ti,
Gracias, Señor.
Porque siempre hay respuesta,
Gracias, Señor.
Por la calma, por la paz,
Gracias, Señor.
Porque el día comienza con este encuentro,
Gracias, Señor.
Gracias por esta certeza de que no me faltarás, cada mañana, cuando la vida empieza y necesito tu luz para caminar.
«La senda del justo es recta; tú allanas la senda recta del justo. Pues bien, en la senda de tus juicios te esperamos, Yahveh; tu nombre y tu recuerdo son el anhelo del alma. Con toda mi alma te anhelo en la noche, y con todo mi espíritu por la mañana te busco. Porque cuando tú juzgas a la tierra, aprenden justicia los habitantes del orbe.» (Is 26, 7-9)
«Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz.» (Jn 1, 6-8)
Ellos, los profetas
Ellos abrieron la puerta para que pudiéramos ver la luz que había detrás.
Ellos, arrebatados por tu amor, quisieron contarle al mundo lo que habían visto, lo que sabían.
Ellos, solos ante el mundo, gritaron una verdad que ese mundo era incapaz de comprender.
Ellos dudaron pero se levantaron, te preguntaron, se rebelaron e invocaron tu respuesta que siempre llegó.
Ellos fueron nuestros hermanos que entregaron su vida a gritar para arrastrar las tinieblas y anunciar la Luz.
Danos, Señor, un poco de su pasión, de su coraje, de esa fuerza que les hizo portadores de tu verdad en un mundo que clama por respuestas que nadie es capaz de dar.
«¿Por qué ha resultado mi penar perpetuo, y mi herida irremediable, rebelde a la medicina? ¡Ay! ¿Serás tú para mí como un espejismo, aguas no verdaderas? Entonces Yahveh dijo así: Si te vuelves porque yo te haga volver, estarás en mi presencia; y si sacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Que ellos se vuelvan a ti, y no tú a ellos.» (Jr 15, 18-19)