«Moisés tomó la tienda de campaña y la puso a cierta distancia fuera del campamento, y la llamó tienda del encuentro con Dios. Cuando alguien quería consultar al Señor, iba a la tienda, la cual estaba fuera del campamento» (Ex 33, 7). La tienda del encuentro es una especie de santuario donde se cobija el arca de la Alianza, que contiene las tablas de la Ley. Y aquí es donde Yahvé ha decidido hacerse presente para que Moisés y todo el pueblo de Israel puedan consultar con Él.
A diferencia de las religiones de los demás pueblos vecinos, para los cuales su dios es alguien escondido con quien no pueden relacionarse -porque está fuera de su realidad-, Yahvé Dios de Israel es un Dios cercano; Alguien que se hace permanentemente presente; Alguien con quien se puede dialogar y consultar. Yahvé por medio de esta tienda del encuentro establece pues una presencia en medio de los hombres. Diríamos que Dios sale al encuentro del hombre para divinizarlo, como nos dice San Pedro: «Nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1, 4).
Lo que nos llama la atención en el texto antes citado del Éxodo es que esta tienda del encuentro -lugar de la presencia de Dios, lugar donde Dios se manifiesta al hombre- estaba fuera del campamento de los israelitas: «De modo que todo el que tenía que consultar a Yahvé salía hacia la tienda del encuentro, que estaba fuera del campamento» (Ex 33, 7). Si esta tienda del encuentro, si este lugar santo en donde el hombre puede hablar con Dios está fuera del campamento de los israelitas, cómo no tener en cuenta el máximo lugar santo de la revelación de Dios que es el Calvario y que también se encuentra fuera del campamento de los israelitas, es decir, fuera de Jerusalén.
Efectivamente, leemos en Juan 19, 17 que «Jesús cargando con su cruz salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota». ¿Por qué no lo crucificaron en Jerusalén? Porque Jerusalén era la Ciudad Santa y la gloria de Dios estaba presente en el templo, que dominaba la ciudad. Era pues una injuria que una Ciudad Santa como Jerusalén quedase manchada con la sangre de alguien como Jesús, que era considerado blasfemo e impuro. Así pues los israelitas dijeron de Jesús: «saquémosle de aquí y hagámosle morir fuera de Jerusalén, para que la gloria de Dios que habita en el templo no quede empañada». Y cargando a Jesús con la cruz lo sacaron como un malhechor, un transgresor de la ley.
Los judíos no se dieron cuenta de que la gloria y la santidad de Dios estaban en el templo. Abandonaron ese lugar y se posaron sobre las espaldas de ese «malhechor» que, cargando con la cruz, caminaba hacia el Calvario. Misterio impresionante de Dios que ya por el profeta Isaías nos recuerda: «porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos ni vuestros caminos son mis caminos. Porque cuanto aventajan los ciclos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros» (Is 55, 8-9).
San Pablo nos comentará, en la Carta a los Hebreos, un aspecto que por tener por centro la cruz es una de las cimas más sublimes de la espiritualidad cristiana: «Por eso también Jesús, para santificar al pueblo con su sangre, padeció fuera de la puerta de la ciudad. Así pues, salgamos donde Él, fuera del campamento, cargando con su oprobio; que no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro» (Hb 13, 13-14).
Vemos pues la relación profunda que hay entre la tienda del encuentro y Jesús crucificado, ambos fuera del campamento y lugar privilegiado, por no decir único punto de encuentro entre el hombre y Dios. Es el único lugar donde Dios habla con el hombre cara a cara. Igualmente se expresa el Éxodo 33, 11: «Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo».
Cuando un cristiano está como dice San Pablo «crucificado para el mundo», está vivo para Dios y Él ya no se esconde más: habla con Él cara a cara. Terminamos añadiendo que uno de los títulos más bellos que los primeros cristianos dieron a la Virgen María fue precisamente éste: tienda del encuentro.