
Moisés ante la zarza ardiente (D. Fetti)
En el capítulo 3 del Libro del Éxodo aparece otra vez la figura de Moisés que, como hemos visto anteriormente, es figura de Jesucristo liberador. Dios, que se sirve de mediaciones humanas para mostrar su fuerza salvífica, escoge a su siervo Moisés que nos aparece aquí en figura de pastor, imagen de Jesucristo Buen Pastor. Nos cuenta la escritura que una vez llevó a las ovejas más allá del desierto y llegó hasta el Horeb, la montaña del Sinaí, donde más tarde Dios se manifestará a su pueblo y le entregará la ley.
El hecho de que nos diga la escritura que Moisés haya llevado su rebaño más allá del desierto y llegue hasta la montaña de Horeb nos indica la misión que tiene todo aquel que ha de pastorear a su pueblo: llevarlo y acompañarlo a través del desierto de la vida, donde se hace presente la tentación y el desaliento. Y llevar a este rebaño ante la presencia de Dios, que es el lugar de descanso, pues sólo en Dios y en su voluntad puede descansar el hombre. Por eso, el salmo 23, que como todos los salmos se cumple íntegramente en Jesucristo, nos dirá: «Hacia las aguas de reposo me conduce y conforta mi alma, me guía por senderos de justicia en honor de su nombre».
Llegado Moisés a la montaña santa, «el ángel de Yavé se le apareció en forma de llama de fuego en medio de una zarza. Vio que la zarza estaba ardiendo, pero que la zarza no se consumía» (Ex 3, 2). El ángel de Yavé es el mismo Dios bajo la forma en que aparece a los hombres, por ejemplo en Génesis 16, 7.
Los santos padres de la Iglesia han visto en esta imagen de la zarza ardiente una figura de lo que es la Iglesia, marcada por su debilidad -imagen de la zarza-, pero investida al mismo tiempo de la santidad de Dios, que es este fuego que envuelve la zarza sin destruirla. Habrá la admiración de Moisés, que ve cómo el fuego no destruye para nada la zarza. Así es la naturaleza de la Iglesia, siempre llevando a cuestas su debilidad, como gustará decir con frecuencia San Pablo, y al mismo tiempo portadora de la santidad de Dios.
Esta zarza ardiente es imagen también de María de Nazaret, a la cual llamará la Iglesia «la zarza ardiente de Moisés que lleva el Señor y no se consume». De hecho, en los monasterios más antiguos de Europa Oriental encontramos iconos que representan a la Virgen María llevando en su interior esta zarza ardiente de Moisés. Por último, esta figura nos recuerda la vida de todos los santos de la Iglesia que fueron santos no en su perfección sino en su debilidad.
Yavé llama a Moisés de en medio de la zarza y no le llama para retenerlo allí, por más que a Moisés le hubiera encantado estar contemplando a Dios por el resto de sus días, sino que le llama para ponerle en camino, porque tiene una misión que cumplir. Una misión que excede por completo sus capacidades, pues consiste en liberar a un pueblo oprimido, con el agravante que este pueblo está resignadamente conforme, como estaban en su ceguera los ciegos que Jesús encontró en el camino (Jn 9).