
Fotografía: Juan José Aza (Flickr)
Sí, pienso en ella, en mi muerte, la tuya… La de mi cuerpo, mi ser que se paseó por este planeta azul…
Cuando veo que un porrón de gente al día se esfuma como si tal cosa, con lo difícil que es nacer para ser tú y vivir… Que me pasmo, ¡con qué naturalidad! No entiendo como puede ser tan fácil…
¡Señor! con lo que nos viene después del acto en cuestión, ¿cómo lo has hecho tan simplón?, mira que te cae una maceta en la cabeza y ya la hemos liado por siempre jamás. Y ¡hala! transfigurado de momento, en “águila” voladora; después vienes Tú, tu Madre, Pedro, eso pensando bien que si no… ¡Ay Jesús, qué susto más tontorrón tengo!
– Hija, oírte es desesperante, hasta me acongojas a mí…
– Pues ya ves si tengo razón…
– Pues no, no la tienes y te voy a decir algo que te calmará…
– Dímelo pronto, por favor, porque es “asunto de Estado…”
– Sí, los asuntos de Estado son importantes pero este lo es por encima de todos. Vamos a ver, qué entiendes tú por vivir: ¿Nacer, respirar, amar y llorar? Pues no querida miedosa, no es exactamente así; lo que tú haces aquí es ir en “avión” (que va tan rápido como vuestro paso por la tierra) con tropecientos pasajeros, preparándote con los demás para llegar a tu destino, el que tú “hayas elegido”.
El avión es el mundo, los tripulantes las normas para “volar”, los pasajeros la humanidad y el aeropuerto donde aterrices, la ciudad en la que vivirás. Aún no “has vivido”, aún estás volando… ¿Por qué te aferras al vuelo, si lo importante es llegar al destino? Ya sé que a ratos lo pasas en grande y otros hasta te enfadas a rabiar, pero ¿es más importante el viaje que llegar a tu casa con todas las comodidades, llena de salud, sin aburrimiento y para toda la eternidad?
– Pues no…
– Entonces, a qué viene tanto susto… ¿Es que no vas a catequesis o a misa? Pues hija cada día que te hablo, bien que te lo digo…
– Ya si eso sí, pero llego a mi asiento de costumbre y… ¡Venga! otra vez el susto.
– Pues menos tonteras y cuando me veas en el aeropuerto con mi Madre que irá también, es que has llegado a casa ¿Vale?
– Bueno, así sí, y si me lo pones tan guay…
– No hija, pero deja que el avión vuele a su velocidad de crucero, no tengas prisa mental que aún estoy de camino… Pero llegaré, bueno ya me verás y ¡ponte el cinturón, el respaldo derecho, haz las cosas que te dicen y no te olvides el bolso de mano!
– Gracias Dios, haré las cosas bien, ¿sabes? yo fui tripulante hace la pera de años y nunca te vi en pista (gracias)… Pero ¿puedes decir a mis padres que vayan también?
– Bueno pesada, eres como una roncha.