Ángel

1. Cautivados por la Voz del Buen Pastor o por las voces de los que adormecen la Trascendencia que llevamos tatuada en nuestro ser: He ahí la diferencia entre los discípulos de Jesús y los de este mundo.

2. Dice Melitón de Sardes, obispo y Padre de la Iglesia, que en Jesucristo muerto y resucitado, la ley se convirtió en Palabra, y los mandamientos en Gracia. Sus discípulos bien que lo saben.

3. Oigamos lo que un autor anónimo de la Iglesia primitiva pone en la boca de Jesús al hablar con uno de sus discípulos: “Tú en mí y yo en ti formamos una sola persona”.

4. No busquemos entre los muertos al que está vivo (Lc 24,5). No, no lo busquemos entre los dioses y señores de la tierra. Nuestro corazón es mayor que todos ellos juntos.

5. La inconsistencia de las raíces de un hombre deriva paulatinamente hacia una inconsistencia de la propia vida; y una sociedad que minimiza tanto la vida ya huele a podrido.

6. Hablaron los hombres y más hombres, y dimos crédito a sus promesas. Fallaron estos habladores y surgieron otros, y volvieron a defraudar, y aun así muchos siguen de espaldas al Único Creíble.

7. “Dios no dejará que sus amigos experimenten la corrupción” (Sl 16,10). A pesar de esta incomparable promesa nos resistimos a formar parte de los amigos de Dios.

8. Jesús bebió el cáliz de todas las humillaciones posibles, y aun así hay quien quiere seguirle sin rebajarse lo más mínimo. No tiene mucho sentido, ¿verdad?

9. El discípulo de Jesús afronta la muerte con sus mismas palabras: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y es que la muerte da el último toque a su integración con Dios que es su Padre.

10. Cuando un hombre ata el Evangelio a las muñecas de su alma ya puede decir con san Pablo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gá 2,20).

11. Hay una semejanza bellísima entre Jesús que dijo “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14,10), y el discípulo que susurra yo estoy en el Evangelio y el Evangelio está en mí.

12. Por muy mal que nos puedan ir las cosas siempre tendremos a mano la certeza de que nuestra alma está hecha “de la madera de Dios”. Siempre podremos conectar con Él.

13. El Evangelio mantiene viva la misión que Jesús confía a cada discípulo. Cada peldaño hacia abajo en que relegamos el Evangelio es un descuido a la misión recibida.

14. El Evangelio llena de luz los oscuros túneles por los que a veces discurre nuestra vida. Podemos olvidarnos de ellos con ruidos y bengalas, pero ahí siguen y su oscuridad también… y no siempre tendremos las bengalas.

15. Al gritar Jesús en la cruz “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, la muerte supo que había perdido su combate con Él. En cuanto sepamos decir ¡Padre! desde el Evangelio, también nosotros habremos vencido a la muerte.

16. Dice santo Tomás de Aquino: “La gracia nos diviniza”. Si nos creyéramos realmente esta bellísima noticia beberíamos sin cesar de las fuentes de vida y de gracia que brotan del Evangelio.

17. Nada más eficaz que el Evangelio del Señor para llegar a hacer la voluntad de Dios. Sepamos que a quien admite su debilidad, Jesús le capacita para ser fiel.

18. Es fácil quedar fascinado por el mundo de los sentidos; lo difícil, y tan difícil que sólo es accesible a los buscadores de Dios, es extasiarse ante el resplandor de los sentidos del alma que, como dice san Agustín, sí que los tiene.

19. Ser sorprendidos por las personas que nos aman está al alcance de todos. Ser sorprendidos una y otra vez por Dios con amores nuevos y desconocidos es para los que le buscan y aman.

20. Llegó el viajero y preguntó: ¿Dónde está la felicidad? Y le mostraron mil caminos con mil finales abruptos. Lo mismo preguntó un hombre hambriento de Dios, y éste le respondió: Aquí me tienes, ¡Yo soy!