Muerte y Resurrección

1. Quedarse a las puertas del Evangelio es como detenerse a las puertas de una gran fiesta. Oyes música y gritos de júbilo, pero no participas de ella. Dios es la fiesta sin fin. ¿Te animas a entrar?

2. La inquietud por buscar y encontrar a Dios. He ahí la más alta y sublime ambición que todo hombre puede acariciar y alimentar en su corazón.

3. Remover con los dedos del alma las líneas del Evangelio del Hijo de Dios, hasta que el soplo del Espíritu que las anima descienda como suave brisa sobre el alma hambrienta. También esto hace parte de la fe.

4. El hombre no pone toda la carne en el asador por alcanzar esas alegrías, tan perfectas como eternas, que nacen de Dios. Y no lo hace porque no se imagina lo que Dios puede y quiere hacer por él.

5. El que sabe escuchar a Dios no necesita pedirle nada. La misma escucha trae consigo los bienes que Dios tiene preparados para los que están pendientes de sus palabras.

6. Mientras nuestras palabras y promesas se las lleva el viento, como solemos decir, la Palabra-Promesa de Dios, acogida por un corazón, siempre tiene su cumplimiento.

7. Jesús nos conduce al Padre. Quizá sería mejor decir que nos reconduce sin cesar, ya que solemos escoger otros caminos en la vida. Nuestro Buen Pastor nunca se cansará de reconducirnos.

8. Qué sería de nosotros si nuestra alma no sintiera desasosiego cuando le falta la Luz. Si no sintiéramos inquietud alguna, no buscaríamos a Dios y llegaríamos a dar a la muerte el triunfo sobre nuestra vida.

9. Lo indeciblemente bello que surge cuando un hombre se encuentra con Dios es que todavía quedan por escribir en el libro de su vida acontecimientos insospechados.

10. Salir de la oración con la certeza de que Dios te ha hablado es una experiencia indescriptible. Nuestra fidelidad a Dios no depende de nuestras palabras, sino de las suyas que son como saetas al corazón.

11. Nuestros encuentros con Dios jamás son fugaces, siempre dejan huellas indelebles. Invisibles para los demás, pero visibles y palpables para Dios y para quien las tiene.

12. La disponibilidad de un hombre con Dios no depende mucho de sus deseos, menos aún de sus propósitos, sino del campo de Presencia que este hombre le permita.

13. El necio lee el Evangelio y no ve más allá de lo que está escrito. El sabio se asoma con amor a sus páginas y no para hasta descubrir en ellas el rostro de Dios.

14. Hay amores que matan, decimos. Es cierto, el amor de Dios mata en quien lo acoge al hombre viejo, al tiempo que hace nacer un hombre nuevo. Lo dice Pablo (Ef 4,20-24).

15. Vivir agobiados por el mañana, y por completo indiferentes a la eternidad del alma. He ahí la gran Mentira que te susurra sin cesar el gran manipulador: Satanás.

16. Poner en las manos de Dios lo que somos, hacemos y queremos llegar a ser, no es muy normal en personas más o menos buenas; únicamente es propio de los que desean llegar a ser discípulos de Jesús.

17. Si nos preocupásemos por comer el Pan de la Palabra y de la Eucaristía tanto como por saciar nuestro estómago, la calidad de nuestra vida alcanzaría cotas insospechadas.

18. Un río de agua viva de Dios discurre suavemente por el Evangelio a disposición de todo aquel que decide sumergirse en sus entrañas.

19. Un hombre que tiene como cumbre de su realización personal encontrarse con Dios es un triunfador; todo lo que proyecte le saldrá bien.

20. Vivamos con los ojos puestos en Dios de tal forma que nuestros pies no se aten a la tierra, sino que estén siempre a punto de correr hacia Él.