Amanecer

1. Si nos creyéramos de verdad que Dios nos hace partícipes de su intimidad por medio de sus palabras, no descansaríamos hasta empaparnos de ellas.

2. Es tal la apatía que tiene gran parte de la sociedad respecto a Dios, que los creyentes necesitamos más que nunca alimentar nuestra adhesión a Él. Al pie del Sagrario, esta adhesión da paso a la Fiesta del alma.

3. Un amigo del Señor al finalizar su jornada no hace recuento de lo que ha hecho por Él, sino de lo que de Él ha recibido: Luces, inspiraciones, fuerza para perdonar, para hacer el bien, etc.

4. Jesús resucitado se presenta a sus discípulos en medio de ellos (Jn 20,19). Así, como centro de tu vida, hará del desierto de tu alma un vergel. Sólo el que hace del Evangelio el centro de su vida, tiene a Jesús en el mismo sitio: en el centro.

5. El Evangelio de Jesús es eficaz en ti en la medida en que le permites hacer un barrido en tu corazón. Hay que hacerlo para que Jesús pueda habitar en él.

6. Un hombre que ha renunciado a la Trascendencia suele llevar una existencia realmente pobre, y con la perversión de creerse más inteligente que los que desean vivir según el Evangelio de Jesús.

7. Un hombre es lo que son sus horizontes y perspectivas. El que les pone límites ya ha renunciado a traspasar la muerte. Sólo el que vive pendiente del Evangelio la traspasa.

8. Jesús, igual que sus palabras, está lleno de gracia y de verdad, como nos dice Juan (Jn 1,14b). Efectivamente, a lo largo de su misión vemos que en Jesús rebosa la Gracia y la Verdad del Padre.

9. Uno de los nombres más bellos que Isaías da al Mesías es “Reparador de brechas” (Is 58,12). Bien conocen este nombre todos aquellos -y son millones y millones- que han sido reparados y reconstruidos por Él.

10. Todo discípulo de Jesús es un hontanar del infinito Manantial de aguas vivas que es Dios. De su seno, como les dijo su Maestro, corren ríos de agua viva al servicio de los que tienen sed de Dios (Jn 7,37-38).

11. El mundo ama a los que son suyos (Jn 15,19), y reconoce como suyos a los que están atrapados por sus dioses y no por el Dios vivo.

12. ¿Nos ponemos en la piel de Adán y Eva que juzgaron la palabra del Tentador como más fiable que la de Dios, o bien en la piel de Jesús que no tuvo otra Palabra que la de su Padre?

13. Todos decimos y decimos y poco hacemos. Peor aún, vamos detrás de quien dice y poco hace. Dios es el que dice y hace (Ez 37,14). A pesar de ello, no tenemos tiempo para buscarle. ¡Qué absurdo! ¿No?

14. Sólo un necio levanta empalizadas y baluartes para cerrar el paso a Dios, que llama a su puerta con el fin de colorear su anodina vida con su toque de plenitud.

15. Hemos normalizado el estigma de vivir atemorizados. Los discípulos de Jesús nos rebelamos ante esta pasividad. Seguimos al que nos da la vida en abundancia (Jn 10,10).

16. Hay anuncios y el Anuncio, el de Jesús, su Evangelio. Qué pena que estemos tan ocupados y absortos con anuncios de quita y pon; que el Anuncio pase totalmente desapercibido en nuestra vida: ¡Como si no lo necesitáramos!

17. El Padre, Hijo, Espíritu Santo y tú formáis una comunidad “hablante”. Ellos te dan sus Palabras de vida, y tú, desde esta vida que nace en ti, te comunicas amorosamente con ellos.

18. Todas las defensas que hemos levantado contra Dios por considerarle un intruso de nuestra autonomía, saltan en pedazos cuando, al buscarle, se nos manifiesta tal cual es.

19. Cuando Dios es importante para una persona, le busca con tanto interés, como mínimo como se busca una farmacia de guardia cuando te encuentras realmente mal.

20. Un discípulo de Jesús refleja en su ser la Palabra llena de vida que guarda en su corazón. No la guarda como algo simplemente interesante, sino como su gran tesoro.