Amanecer desde un muelle

1. Lo más maravilloso del acontecer de Dios en nuestra vida es que en su vocabulario no existe la palabra fin. Una vez que le dejamos actuar en nosotros no hay límite que le retraiga.

2. Una persona sabia se preocupa de sí misma lo suficientemente como para verificar si es verdad o no que tiene semillas divinas en sus entrañas.

3. Nadie desdeña la sobreabundancia de vida; sin embargo, bien por desidia o bien por prejuicios ridículos hay quienes no dan un paso para encontrar a Dios, Fuente de Vida.

4. La encarnación de Dios nos mueve a entonar un canto ininterrumpido de gratitud hacia Él, pues su Hijo deja de ser promesa por cumplir. Es promesa ya cumplida en quien lo acoge.

5. Cuando Israel salió de Babilonia dijeron: ¡Nos parece un sueño! Cuando Jesús resucitado se hace el encontradizo con los discípulos de Emaús, éstos no hablaron de sueños, sino de fuego en el corazón (Lc 24,32).

6. Damos un salto cualitativo como discípulos de Jesús cuando, al contrario que Adán y Eva, tenemos la sabiduría y fuerza para distinguir y rechazar la cizaña que Satanás pretende sembrar en nosotros.

7. El proceso de purificación que realiza el Evangelio en nosotros tiene poco de ascético, como tampoco lo tiene el dolor de una mujer cuando da a luz a su hijo. El creyente da a luz a Jesús en su interior cuando guarda su Palabra (Jn 14,23).

8. Invitar a alguien a despojarse de sus cosas sin más tiene poco que ver con la espiritualidad del Evangelio. Jesús nos invita a dejar “nuestras cosas,” y a cambio nos ofrece “las cosas de Dios”, su Padre (Mt 11,25…).

9. La mayor mentira de Satanás es la de inducirnos a crear nuestros propios dioses, fuente, según él, de nuestra felicidad. Ello conlleva rechazar al Dios que desea ser nuestro Padre.

10. Las abejas vuelan de flor en flor porque es propio de su naturaleza. Ahora bien, aceptar sumisamente ir como saltimbanquis de una sensación a otra no es propio de nuestra naturaleza, a no ser que haya sido herida profundamente por Satanás.

11. Toda sociedad en crisis asiste atónita al amaestramiento de la conciencia por parte de líderes mediáticos que precocinan lo que tenemos que hacer y pensar. A los que reaccionan en contra de este precocinado se les llama reaccionarios.

12. La suave dulzura de sus palabras, la fuerza invencible de cada una de sus líneas, la majestuosa Gloria que brilla en cada una de sus páginas…, todo esto es el Evangelio de Jesús.

13. El crecimiento al ritmo de los latidos de nuestro corazón nos da una idea de cómo aletea nuestro espíritu al ser tocado por el Espíritu de Dios cuando guardamos su Palabra.

14. Las crisis de fe son peligrosas para los caprichosos, los que quieren tenerlo todo, incluso a Dios, a su disposición. Son, sin embargo, un estímulo para los que desean encontrarse con Él antes de morir.

15. Dios no creó al hombre para la banalidad, sino para ser partícipe de su Gloria. Un necio es aquel que se inclina ante su propia gloria, la que hoy es, como la hierba, y mañana ya no existe, como dice el Apóstol Pedro (1P 1,24-25).

16. Jesús, al hacerse hombre y ponerse voluntariamente por debajo de Barrabás, elevó a éste y a todos nosotros que albergamos en el corazón crímenes inconfesables, a su mayor altura, la propia de quien es perdonado por Dios.

17. El alma no estará nunca de acuerdo con sobriedades, fue creada por Dios para aspirar a todo, que consiste en llevar plasmada en su tela espiritual “la imagen del Hijo de Dios” (Rm 8,29).

18. Juan Bautista escuchó de Dios algo sin pies ni cabeza: vete al Jordán y verás que el Espíritu Santo se posará en forma de paloma sobre la cabeza de mi Hijo. A pesar de ello, fue al Jordán, vio y creyó. Eso es la fe.

19. Un buen educador forma a aquellos que le son confiados al mayor nivel de excelencia posible. Jesús, el Maestro por antonomasia (Mt 23,8), educa a sus discípulos para la mayor de las excelencias: la de pasar de ser siervos a amigos, es decir, confidentes (Jn 15,15).

20. El amor de Dios en el alma no está sujeto a interpretaciones, como tampoco lo está entre esposos. El amor de Dios es “Él mismo” (1Jn 4,8); por eso no está sujeto a interpretaciones: se tiene o no se tiene.