Rosa

Fotografía: Lawrence OP (Flickr)

1. Los que se van haciendo mayores sin haber conocido a Dios tienden a decir una y otra vez “yo he sido, yo he hecho”. Los discípulos de Jesús envejecen diciendo: “Yo soy y sigo haciendo”.

2. Creer que Dios existe suena algo ridículo hoy día. Creer que uno vive, muere, y punto final de la propia existencia es simplemente inhumano. No hay mayor autodestrucción que la de renunciar a lo divino que ya somos (Gé 1,27).

3. Muchos insisten en llamar a las puertas dolientes de la nada, sin percatarse de que la Palabra viva de Dios no deja de llamar a las puertas de sus almas hambrientas.

4. “Mi alma se aprieta contra ti, y tu diestra me sostiene”, exclamó David (Sl 63,9). Sí, mi Dios, también yo me aprieto contra ti en todo lo que soy, incluida mi debilidad moral, sabiendo que tú me sostienes.

5. Crecer desde mi semejanza con Dios hasta hacerme en Él, como dijo Pablo (1Co 7,17). He ahí la razón de ser, la eterna esperanza de todo discípulo de Jesús.

6. Dios no es una simple opción del hombre. La cierva que corre en busca de agua (Sl 42) no lo hace como si tuviese un gusto especial, sino para no morir de sed. Es que así como existe la Vida Eterna, existe también la eterna muerte.

7. Tenemos la tendencia a levantar en nuestro corazón muros de lamentaciones por los que desfilan los que nos han hecho daño. Al acoger el Evangelio, Jesús levanta con las piedras de estos muros una casa de perdón y acogida.

8. El que se acusa a sí mismo, tiene quien cargue con sus culpas: el Hijo de Dios. El que se justifica, carga con ellas. Sólo quien es descargado de sus culpas conoce el descanso del alma (Mt 11,28-29).

9. “Te basta mi gracia” (2Cor 12,9), dijo Jesús a Pablo cuando el sufrimiento y la persecución minaban su ánimo. Todo discípulo de Jesús que hace la experiencia de Pablo termina diciendo: “Sí, Dios mío, sólo tu gracia me basta”.

10. Todos tejemos a lo largo de nuestra vida nudos intrincados que no conseguimos desatar, y vivimos con ellos a no ser que el Señor Jesús se haga cargo de ellos. Él es experto en liberarnos de nudos, traumas, miedos, etc.

11. Crecer en el desierto de nuestra vida bajo la mirada de Dios (Is 53,2) hasta alcanzar la madurez de Jesucristo (Ef 4,13); es un crecer bajo su mirada o, como dice el salmista, “a la sombra de sus alas” (Sl 17,8).

12. Sólo cuando damos el brazo a torcer reconociendo que nuestras expectativas, aun cumplidas, son pequeñas para tanta grandeza como llevamos dentro del alma, reparamos en la puerta que nos introduce en la Gran Expectativa: vivir en Dios.

13. La Biblia llama dioses extraños a los ídolos porque son extraños a tu alma, no tienen nada que ver con ella. Por el contrario, el Dios vivo sí tiene que ver con tu alma, la conoce, es obra de sus manos.

14. Dice proféticamente el salmista: “Levantan su mano contra su aliado”. Israel levantó su mano contra su Aliado y le dio muerte en el Calvario. Aliado con nosotros en nuestro combate contra el mal y la muerte: ¿Levantaremos también nosotros nuestra mano contra Él?

15. Sabiendo, Dios mío, que estás ahí: en ese pasaje de los Hechos de los Apóstoles, en aquel Salmo, en cada versículo del Evangelio… ¿Hará falta algo más para ir en cuerpo y alma a tu encuentro? Esta es la oración perfecta: Oírte en tu Palabra.

16. Tratamos de ir en pos de trozos de felicidad, reales pero sólo trozos, hasta que Aquel que nos llama a seguirle nos dice: “El que me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).

17. La misa, igual que la oración, es una carga pesada para quien no conoce a Dios. Para quien sí le conoce, tanto una como la otra son el espacio sagrado en el que se sabe acariciado por Él.

18. Hay quienes afirman que se puede ser feliz sin Dios. Para qué discutir. Todo depende de conformarse con una felicidad de quita y pon. Creo que conformarse con tan poco es un ultraje a nuestra dignidad como hombres.

19. Todo en esta vida es matizable menos el Evangelio del Hijo de Dios. Cuando nos da por matizar su Palabra no hacemos más que adaptar a Dios a nuestra medida. Claro que entonces sería un dios, y en este caso ¿para qué nos podría servir?

20. El que no ama las raíces de su alma, ni se ama ni se valora a sí mismo. De ahí la necesidad de buscarlas hasta tocarlas con nuestras manos temblorosas. Sí, porque las huellas de las manos de Dios están en ellas.