Monasterio

1. Cobijarse en Dios ha de ser muchísimo más que un titular impactante. Implica nuestra totalidad. Hablamos de un cobijarse en la única esperanza que nos queda después de llamar a tantas puertas en vano.

2. Moisés hablaba con Dios cara a cara como habla un hombre con su amigo (Éx 33,11). La adhesión amorosa de un creyente con Dios nace de la intimidad que provoca su rostro inmaterial al contacto con nuestra inmaterial alma.

3. “Les he dado las palabras que tú me diste”, dice Jesús al Padre en la última cena (Jn 17,8). Bellísimo, pues el Hijo nos hace partícipes de la Voz del Padre llena de gloria y majestad.

4. El discípulo de Jesús va al Evangelio con el temblor propio de los que adoran a Dios en espíritu y verdad (Jn 4,24). Alimentados con su Palabra van al encuentro de los hombres que tienen el alma hambrienta (Ba 2,18).

5. Queremos experimentar a Dios. La pregunta es si somos lo suficientemente audaces como para ir hacia Él; lo somos si algún día llegamos a considerar el Evangelio como nuestro único tesoro.

6. Dice Isaías: “Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la buena noticia” (Is 52,7). Podríamos añadir: …y qué hermosos los pies que emprenden la andadura hacia Dios, los pies de sus buscadores.

7. Discípulo de Jesús es aquel que vive en todo su ser una aleación entre la Fuerza de Dios y su debilidad. No en vano Pablo se refiere al Evangelio como “la Fuerza Dios” (Rm 1,16).

8. Cuando un hombre desciende hasta el pozo más profundo de su debilidad, no ve lo mismo que Dios. El hombre ve su impotencia, Dios la nobleza que le enamora.

9. Un poco de imprudencia y mucho de audacia necesitamos los que queremos ser discípulos de Jesús para alcanzar nuestra meta. Es que los prudentes, a fuerza de recelar de su Evangelio, terminan descafeinándolo.

10. Solamente podemos suplicar a Dios, como David, que nos haga un corazón nuevo, cuando hemos primero constatado, y después aceptado, que somos retorcidos y traicioneros con Él.

11. Somos dados a juicios asesinos emulando a los fariseos que querían apedrear a la adúltera. Necesitamos que Jesús se incline y escriba en nuestro barro: ¡No eres mejor que aquel a quien juzgas y acusas! (Jn 8,2-11).

12. En uno de los primeros libros de la Iglesia primitiva, El Pastor de Hermas, leemos: “El Espíritu Santo habita en la paciencia del alma”. Ambas paciencias, la de Dios y la del alma, tejen el Amor perfecto.

13. Dice san Ambrosio: “Abrid vuestro oídos y aspirar el olor de vida eterna que emanan los Sacramentos”. Una de las primeras sensaciones que experimenta el hombre que busca a Dios es su fragancia.

14. El que predica el Evangelio a tiempo y a destiempo, como dice Pablo a Timoteo (2Tm 4,2), es inducido por el Espíritu Santo a la oración también a tiempo y a destiempo.

15. Escribe san Ignacio de Antioquía antes de su martirio: “Oigo una voz dentro de mí que me dice: ¡ven al Padre!” Me parece normal. Vivió en una búsqueda incesante de Dios.

16. Un hombre que es introducido por el Espíritu Santo en las profundidades del Evangelio, saborea y palpa la Belleza infinita que jamás pudo sospechar ni imaginar.

17. Descender con Jesús como grano de trigo hasta la tierra para crecer, al igual que Él, en sabiduría y gracia (Lc 2,52). Es entonces cuando tomamos conciencia de la grandeza de nuestra misión en el mundo.

18. El Evangelio es en sí una profecía acerca de todo discípulo del Señor Jesús. Profecía sobre su vida que, al igual que la de su Maestro, termina con este broche de oro: “Voy al Padre” (Jn 17,8).

19. Con sus brazos abiertos, Moisés orante alcanzó la victoria de Israel (Éx 17,8). Con sus brazos extendidos en la cruz, Jesús, el nuevo Moisés, alcanzó la salvación para todos los hombres.

20. Dice Dios a Moisés sobre el Arca de la Alianza: “Fíjate y hazlo conforme al modelo que te he mostrado en la montaña” (Éx 25,40). Fijemos los ojos en Aquel que firmó la Alianza definitiva con su sangre en el Calvario.