
Cristo cargando con la cruz (Hieronymus Bosch)
Rezar es conversar con Dios. Es más escuchar a Dios que hablarle. Este vía crucis nos invita a rezar en actitud de escucha. Está escrito de tal modo como si escucháramos a Jesús que nos habla de su vía crucis. La mejor manera de rezar este vía crucis es leyendo atentamente, de modo que las palabras impacten en nosotros y, si así lo permitimos, nos empapen como la lluvia a la tierra, a fin de que germine en nosotros una vida nueva.
En el silencio experimentaremos que el vía crucis de Jesús es nuestra vida que se transforma en él.
Este vía crucis no está pensado solamente para el tiempo de Cuaresma; es un camino diario. Es conveniente que lo leamos, escuchemos y transitemos cada día un momento. Así nos colmará, persuadirá y transformará.
Para que podamos seguirlo, necesitamos un rincón silencioso y tranquilo en el que rezar: Puede ser en la iglesia, cuando vamos de estación en estación; también en casa, en la naturaleza o en el camino. Lo importante es que se produzca en nosotros una actitud de escucha, la cual nos abre al Dios que llega.
El primer paso para el rezo de este vía crucis es que nos decidamos a orar y nos tomemos un tiempo de silencio y paz.
El segundo paso es entrar en presencia de Jesús. Debo ser conciente de que Jesús en persona está presente allí donde deseo escucharlo. En espíritu miro su rostro, le permito que me ilumine como el sol y recibo sus palabras en mi corazón.
El tercer paso es la lectura del vía crucis. La verdadera oración es sólo aquella que te transforma y une a Dios.
Puedes rezar este vía crucis de diversas maneras. Puedes leer todo de una vez; puedes, cada día, profundizar una estación; o tomar varias estaciones de una vez y dejar las otras para el día siguiente; o por algunos días meditas y empapas tu vida con una sola estación.
Cada estación te conduce a la cada vez más profunda presencia de Jesucristo. Tan pronto como aceptes la cruz que te propone la estación, tan pronto como aceptes tu situación concreta, la cual es mostrada en la estación, encuentras a Jesús. Él te espera donde está tu cruz.
Jesús entró en cada una de tus cruces. La tomó sobre sí para liberarte. La cruz es el lugar de tu encuentro con Jesús. La cruz se convierte en bendición para ti, en lugar de ser un sufrimiento absurdo.
Así nace la capacidad de proclamar de alegría a pesar de la cruz. La cruz se convierte en fuente de alegría, de victoria y de luz en lugar de llanto, miedo y angustia. La cruz y el sufrimiento comienzan a tener sentido porque entró en ellos Cristo Jesús. Puedes aceptar el sufrimiento sólo porque en él encuentras a Cristo Jesús que puede vencerlo o te da la fuerza para que puedas soportar pacientemente.
La aceptación de la cruz es el triunfo sobre la cruz. La aceptación del sufrimiento, de los dolores, de la muerte, de las enfermedades y el pecado es el camino para la liberación del sufrimiento, enfermedades y el mal. Esto es un caminar victorioso.
Así como Moisés hizo una cruz en el desierto y en ella colgó una víbora de bronce para que quien la mirara sanara de las picaduras de las víboras y enfermedades, así también nosotros, al mirar la cruz nos encontramos con Cristo que nos sana. El sufrimiento pierde su fuerza porque sabemos que en cada sufrimiento aceptado nos espera Cristo Jesús. El sufrimiento deja de ser el camino a la soledad, al absurdo y al extravío y se convierte al camino al sentido, a la alegría y a la vida.
Bajo esta luz comprenderás todas las estaciones del vía crucis.
Introducción
Sé conciente de que está Jesús ante ti. Pídele que te introduzca en el misterio de la renuncia.
Jesús, deseo encontrarte, llévame contigo.
María, enséñame a aceptar siempre la palabra de Jesús cuando voy hacia la cima del Calvario de mi vida. Ayúdame para que así como te digo,» se haga tu voluntad» que yo haga todo lo que Jesús pide.
Padre, aquí estoy. Deseo entrar en el misterio de tu Hijo para que en mi puedas reconocer a tu hijo que vuelve a ti. Amén.
1ª Estación – Jesús es condenado a muerte
Primera cruz: aceptar la condena
Escucha a Jesús que te dice: A mí me juzgaron y condenaron. Me condenaron los jefes del estado y de la Iglesia junto a la gente que había escuchado mi mensaje; mis amigos – los apóstoles – se dispersaron. Hasta hace poco me agradecían, se entusiasmaban con los milagros, deseaban tocarme y me prometían la lealtad de la amistad.
Ahora se apartan de mí y le exigen a Pilato que me crucifique. Pilato, extranjero en mi tierra, me quiere salvar, pero mis compatriotas lo fuerzan para que me condene.
La gente a tu alrededor, incluso tus mejores amigos te enjuician y condenan. Esto no significa que seas siempre realmente culpable. Debes saber que nunca puedes confiar plenamente en las personas. Solamente en Dios está la certeza y el sostén inquebrantable. Esta cruz te libera de las personas en las cuales te apoyas y te insta a que te apoyes en mí. Cuando las personas te enjuician debes venir a mi lado, porque también a mí me enjuiciaron y condenaron. No te resistas cuando te enjuician. La condena no puede destruirte. No te deja solo, sino que te conduce hacia mí y te lleva a la gloria.
Esto es una cruz para ti y para mí. ¡No temas!
La condena es tu puerta hacia mí. En la condena injusta me encontrarás a mí y entonces ya nadie más podrá condenarte.
2ª Estación – Jesús acepta la cruz
Segunda cruz: aceptar lo cotidiano
Podría haberme defendido o haber exigido que me defiendan. Podría haber dicho: Soy inocente, ¿por qué tendría que padecer? Sin embargo acepté la cruz sin protestas.
La cruz es cada segundo de la vida. La puedes aceptar o rechazar. Puedes huir de ella o ir a su encuentro. Yo la acepté. Ahora sabes dónde puedes encontrarme. Tu fuerza no está en la huida. ¡Cada segundo exige la decisión de dejar lo tuyo para seguirme!
Ésta es la segunda cruz. Pocos la reconocen. Las personas buscan cruces extraordinarias, pero la cruz está aquí – en la aceptación de lo cotidiano. Por la cruz que aceptas, recibes grandes gracias y tu fe crece como un arroyo en crecida.
3ª Estación – Jesús cae por primera vez bajo la cruz
Tercera cruz: tener valor en la caída
Es difícil caer. Todos desean quedar en pie y ganar. Yo soy Dios, y no obstante soy débil y caigo bajo la cruz. Todos miraban los milagros que realicé y los admiraban, pero ahora me ven caer, me ven con desprecio y derrotado.
Ten valor de caer y no escondas tu caída sino reconócela. ¡En la tierra no puedes ser diferente! Aquí estás para morir, porque “quien pierda su vida, la encontrará”.
¿Por qué temes a tus caídas? ¿Por qué temes mirar a las personas a los ojos cuando estás derrotado, cuando los demás son más sensatos que tú? ¿Por qué tienes miedo cuando te abaten los pecados? Luchas para parecer bueno a pesar de todo. Mira cuando caes, vienes a mí. ¡No temas! La caída no es el fin. ¿Por qué ves tan trágicamente las caídas? ¿De qué te avergüenzas? La caída te acerca más a mí para que te pueda levantar.
Cuando comprendas que yo también caí, vas a ver en tu caída mi rostro y juntos vamos a ser vencedores de las caídas y pecados. Lo importante es que no te quedes sólo en la caída, sino que vengas a mí.
4ª Estación – Jesús se encuentra con su Madre
Cuarta cruz: entristecer a aquellos que amas
Es imposible no entristecer a los que amas. Podrías evitar el encuentro con tu madre. ¿Puedes pensar qué significa ver a la persona amada a la cual decepcionaste? Todas las personas me despreciaron y rechazaron como a un hereje y rufián.
Mi madre sabía todo esto. Vio mi angustia y el dolor de mi alma y me miró profundamente a los ojos. Esto es la cruz – mirar a los ojos al ser más querido cuando todos se burlan de ti.
Es imposible no decepcionar a las personas que te quieren. No puedes protegerlas de esto. No rechaces esta cruz. Cuando reconozcas que entristeciste a tus amigos y a aquellos que te quieren, entonces me encontrarás a mí.
Te duele cuando ves cómo tu caída les produce dolor. Ante mi caída, mi madre comprendió, quién soy. Cuando en ella murió el último deseo de que yo fuera exitoso, su fe brilló con completo resplandor.
Entonces, cuando todo lo bueno en ti haya muerto, encontrarás un amigo, pues te verá sólo a ti. Recibe los escándalos inevitables. Acepta el hecho de que puedes decepcionar. En esto me encontrarás a mí y a mi Madre.
5ª Estación – Simón Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
Quinta cruz: permite que los demás te ayuden
Todos me pasaron por alto. Me abandonaron aquellos a los que sané y también mis amigos más cercanos. Cuando estuve sangrante, herido y conmovido por mi encuentro con mi Madre, esperando atención, obligaron a un hombre a que me ayudara. Esperaba una ayuda compasiva y amorosa, sin embargo obligaron a Simón a que llevara mi cruz.
Esto es la cruz – cuando no tienes a nadie que se apiade de ti ni que te quiera. Cuando aceptas esto, me encuentras. Entonces no estás más solo.
Además: ten valor de permitir a otros que te ayuden. También yo lo he permitido a pesar de ser todopoderoso. Permite la posibilidad de que otros sean más fuertes para que te defiendan, de que los necesitas y de que aceptas su ayuda.
Ésta es la cruz de la que no puedes escapar. Comprende, ésta es la puerta hacia mí. No te sorprendas si esta cruz se te resiste.“Pues los deseos de la carne están contra el Espíritu y los deseos del Espíritu están contra la carne” (Gál. 5,17).
No olvides, toma tu cruz y sígueme. Nos encontraremos.
6ª Estación – Verónica limpia el rostro de Jesús
Sexta cruz: recibir sin retribuir
Me quitaron todo y todos me abandonaron. En el camino a la muerte me quedé sólo y sin nada. Entonces llega Verónica y me ofrece un sudario. ¿Sabes cómo me sentí? Estaba emocionado y agradecido pero no tuve con qué retribuir. Tenía solamente mi dolor y mi sufrimiento. Esto le di: mi rostro sangrante impreso en el sudario.
Permitir que las personas te hagan un favor, sin que por esto puedas devolvérselo, esto es la cruz. Ten valor y haz lo que yo hice. Permite a las personas ser serviciales a pesar de que no tengas con que corresponderles. Permite quedarles debiendo. No puedes pagar de otra manera que dándote a ti mismo como pago. Aprende a aceptar los regalos sin retribución, sin comerciar. Esto es la puerta hacia mí. Acepta la sensación desagradable de no tener con qué retribuir. Con esto te acercas a mí.
Mi Padre da sin pretender pago. Él es como un manantial que, sin paga, da agua clara y pura sin que se agote. Cuando eres así eres hijo de mi Padre. ¿Cual es tu sexta cruz? Esto: que a Dios no puedes retribuirle su amor de otra manera que siendo como hijo que goza de la bondad de su Padre y Madre.
7ª Estación – Jesús cae bajo la cruz por segunda vez
Séptima cruz: caer nuevamente
Una vez ya caí. Todos esperaban que esta vez resistiera. Sin embargo, ahora caí nuevamente. Sabía que esto entristecería a mi Madre, produciría la burla de mis enemigos, sorprendería y decepcionaría desagradablemente a mis amigos. Todos se escandalizaron por mi debilidad. Se preguntaban: ¿Es éste verdaderamente Dios? Acepté esta cruz. Mi Padre quiso mostrar que Él es en mí más fuerte que cualquier escándalo.
Cuando caes por primera vez tienes todavía la excusa, pero, cuando eres derrotado por segunda vez, cualquiera puede decirte que eres débil. Quieres resistirte a la cruz, excusarte y justificarte. Pero esto te aparta de mí porque no das testimonio de mí sino de ti y de tu fuerza. Debes saber que siempre caerás, pero yo te levantaré. Entonces dirán: mira, alguien lo levantó.
Tu séptima cruz consiste en reconocer que caes. No temas a la caída sino vuélvete a mí. Si reconoces bien esta cruz me encontrarás en ella. Esto es derrota corporal pero el triunfo del espíritu.
8ª Estación – Jesús consuela a las hijas de Jerusalén
Octava cruz: consolar a aquellos que te consuelan
Las mujeres me escucharon, se encariñaron conmigo y confiaron en mí. Bendije a sus hijos. Me miraban con el corazón y no pudieron entender que yo estuviera condenado. Lloraron. Sintieron que, con esto, fue condenada la vida. La tristeza se apoderó de ellas y entonces las consolé.
La cruz significa aceptar el sufrimiento, asumirlo y ver en él la liberación. Ningún dolor es trágico. La tragedia es la ceguera y la dureza del corazón, es la incapacidad de ver en la muerte también la resurrección, en la enfermedad la curación, en la partida la llegada. La tragedia es la compasión de sí mismo.
Vences cuando comienzas a consolar a los demás, al pesar de que tú mismo necesitas ser consolado. Entonces llega todo el consuelo para ti desde Dios. Ten valor para no apoyarte en el consuelo humano sino para buscar la fuerza divina. Esto vence al mundo. Si bien es el camino de la cruz, es sin embargo el camino a la vida. No te permitas la caída por compasión a ti mismo. Cuando estés herido y consueles en el dolor a los demás, entonces me encontrarás a mí. Abre también esta puerta, pues detrás de ella te estoy esperando yo para que te apoyes en mí.
9ª Estación – Jesús cae por tercera vez bajo la cruz
Novena cruz: la derrota absoluta
Caí también por tercera vez. Todos pensaron que sería ésta mi derrota final. Cuando ya estaban convencidos de que no podría seguir, me levanté, tomé la cruz y la llevé hacia el Gólgota. También lo imposible puede resultar posible.
Llegará el momento en que todos dirán que ya no eres capaz, que ya es tu fin. Incluso tú mismo pensarás que no puedes más. Vendrá el tiempo de tu impotencia absoluta. El reconocer que no puedes más será el momento de tu absoluta derrota. ¿Te desesperarás entonces? No temas. También esto es la puerta para encontrarme nuevamente. Me encuentras cuando no puedes contar más contigo. Entonces me llamarás con todo tu corazón y yo te responderé.
Esta cruz consiste en el hecho de perder todo, de estar absolutamente abandonado, en morir, en el hecho de que nadie más te considera o toma en cuenta porque perdió la última esperanza de que todavía resulte algo de ti. Esta cruz te conduce con más fuerza hacia mí y te capacita para que pueda mandarte donde sea. ¿Aceptarás esta cruz? No temas porque yo estoy contigo. Yo, que vencí al mundo.
10ª Estación – Jesús es despojado de sus vestiduras
Décima cruz: permitir que te dejen al descubierto
Permití el estar desnudo, el que me quitaran también lo más íntimo. Permití que en mí se desarrollara hasta el final la maldad del infierno.. Permití que deshonraran mi pudor y la intimidad de mi cuerpo.
Siempre deseas mantener para ti al menos una pequeña parte de tu intimidad donde puedes estar solo, aquello que no deseas que nadie alcance, algo que es todo tuyo, algo de lo que incluso, te avergüenzas de tener, algo que los demás no pueden ver, ya que te deshonraría. Deseas cuidar y esconder esto. Piensas que tienes derecho a ello. Justamente aquí tienes miedo del pecado. De todas formas deseas resguardar tu intimidad. Por ella luchas, pero llega el momento en que ya no puedes conservarla.
También por esta cruz debes pasar. Son circunstancias en las cuales debes renunciar a todo, de tal manera que ya no tengas nada tuyo. Todos te quitan. Ofrece todo a Dios. La única intimidad inalcanzable seremos mi Padre y yo. La cruz no es solamente el desnudamiento del cuerpo. Más doloroso es aún cuando te desnudan el alma. Ya los pecados te desnudaron hace tiempo.
Toma esta cruz y ya nadie podrá desnudarte. Permite al Padre que te dé vestimenta nueva. Entrégale tu intimidad y te cubrirá con la absoluta inocencia. Es en vano que te esfuerces para poder mantener solo la inocencia. Reconoce hoy que eres débil en este terreno.
Esto es la décima cruz – la de la vergüenza, la cruz del deseo de permanecer inocente, la cruz del miedo a que alguien sepa de tus caídas. Toma esta cruz y me encontrarás pronto. Aquí te espero. No tendrás más miedo. Solo acepta que eres débil, que no eres distinto de lo que eres: un hombre con intimidad deshonrada. Aquí nos encontraremos y nadie podrá deshonrarte.
11ª Estación – Jesús es clavado en la cruz
Undécima cruz: ser clavado en la propia cruz
Mientras lleves la cruz tienes aún la oportunidad de dejarla. Pero cuando te clavan en ella ya no puedes separarte más. Ahora sabes: la cruz es tu destino hacia la muerte. Esto es difícil. Hubieras querido liberarte de las cruces pero estás clavado en ellas. Esto es el lugar donde se muere. Las personas te clavarán en ellas. ¿Temerás o confiarás en mí? Hay algunas cruces que hay que cargar hasta el final. En vano te esfuerzas para liberarte de ellas. De ti depende abandonar esta lucha inútil y venir hacia mí. entonces morirás y comenzarás a vivir. ¡No temas! Solamente esto deseo: que no te engañes a ti mismo y que no esperes otra cosa. Las cruces permanecen hasta el final y cuanto antes mueras, tanto antes resucitarás. Cuanto antes dejes de resistirte, tanto antes me encontrarás. Recuerda esta cruz. Este es nuestro décimo primer encuentro. Yo me alegro de él.
12ª Estación – Jesús muere en la cruz
Decimosegunda cruz: morir en la cruz
La muerte. Parto de este mundo, pero para vivir, no para desaparecer. Mi muerte es el cumplimiento de la voluntad de mi Padre; por eso dije: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Cumplí con el plan de mi Padre.
Tú piensas que la muerte es el fin y por eso temes. Te resistes y es por eso penoso hasta tanto aceptas esta cruz. Pero cuando aceptas la muerte, la vences y me encuentras. Mientras te resistas a la muerte y me pidas que te salve, estoy lejos. Comprende que en la muerte me encontrarás. La muerte más bien destruye todo lo pecaminoso y mortal que había en ti, pero yo destruyo la muerte. La muerte te libera de las cruces, pero yo te libero de la muerte. Mira hoy la muerte a los ojos toma esta cruz como regalo del Padre. Mientras te opongas a la muerte no me encontrarás. La decimosegunda cruz es como una fiesta, punto culminante, consumación de todo. Esto es, en realidad, el comienzo de la vida.
13ª Estación – Jesús es bajado de la cruz
Decimotercera cruz: no gozar de los frutos del trabajo propio
Justo cuando he muerto vienen los amigos.
Tú eres semilla para el futuro; sin embargo quisieras ver al instante los frutos de tus manos. Mis discípulos a menudo mueren en la desesperanza y la vergüenza, mas otros recogen los frutos sobre sus tumbas. Otros recogen la alegría y la vida. A ti te elegí para que siembres por un mundo nuevo.
Esto es tu cruz. Te doy esperanza ya que difícilmente verás tu logro en la vida. Justo después de la muerte te elogiarán. Justo entonces te bajarán de la cruz. Tu eternidad será sin la cruz porque has tenido el valor de permanecer en ella durante esta vida. Trabajar y no gozar de los frutos, en eso consiste la decimotercera cruz. Sembrar, para que otros puedan cosechar, exige valor. Mas yo vengo a tu encuentro.
14ª Estación – Jesús es puesto en el sepulcro
Decimocuarta cruz: quedarse sin la esperanza humana
Mis amigos pensaron que me habían demostrado el mayor honor colocando mi cuerpo en el sepulcro. Se ocuparon del cuerpo. Esto fue todo lo que pudieron hacer. Olvidaron que esto sería solamente por tres días. A mí la muerte no me supera. Recuerda que el pensar en la muerte te inquieta. Cuando te cubren con tierra no estarás más. ¿Qué más puedes hacer entonces, cuando tras de ti no queda ningún rastro? Cuando sabes que nadie vendrá a tu tumba, cuando mueres siendo desconocido y pobre, cuando detrás de ti ya no queda nada, entonces me debes encontrar.
Esto es la cruz. Perder también el último deseo de significar algo y de dejar algo. Esto es justamente aquello que perturba: el no ser luz. Aquí me puedes encontrar. ¿Pero, cómo, si temes yacer en la tumba del egoísmo y ser sepultado? ¿Cómo nos encontraríamos si vienes a mí sin haber derribado los puentes detrás de ti? Sin embargo es justamente ésta la condición para que yo pueda transformar tu vida.
Ésta es la decimocuarta cruz, sobre la que se sostiene la resurrección. ¡Cuánto me alegra la tumba de tu soberbia! Tú todavía no quieres ir a la tumba, todavía te opones a la muerte, por eso estás muerto. Si quisieras yacer en la tumba de tu soberbia y morir a ti mismo, entonces resucitarías a la vida nueva.
Solamente el hombre muerto puede resucitar de entre los muertos. ¡La muerte aún no te quitó tu última resistencia! ¡No temas! Me refiero al puente entre tú y yo. La muerte del pecado es la alegría y tu abrazo conmigo. Esta es la más majestuosa explosión de amor. Yo recorrí este camino y te estoy esperando. ¿Acaso no comprendes que no me fui de la tierra? Antes era invitado en la tierra, ahora soy dueño. También tú serás esto. Entrega a la muerte lo que de todas maneras le pertenece. No mires más la tumba como si fuera la desesperanza y el fin, sino como el nacimiento y el comienzo. ¡Qué muera tu soberbia! Ya se vislumbra el amanecer de la resurrección.
Conclusión
Padre, te doy gracias por este Vía Crucis. Reconocí mis cruces, las cuales debo aceptar cada día y seguir a tu Hijo. ¡Ahora sé cómo se acepta, cómo se renuncia, perdona y ama a pesar de todo! Ahora sé cómo se muere ya antes de la muerte y cómo se marcha al encuentro de la vida. Te doy gracias porque ahora estoy entrando a tu Reino. Estoy saliendo de mi voluntad rebelde y entro en la tuya. Comienzo a ser merecedor de tu naturaleza, tu Hijo, tu alegría.
Padre haz que se haga realidad mi resurrección.
AMÉN.