
El sacrificio de Isaac (Caravaggio)
Después que Abraham salió de su tierra hacia donde Dios le dirigía se suceden en él toda una serie de acontecimientos en donde abunda el pecado y la desobediencia, pero sobreabunda la gracia y la misericordia. Todos estos acontecimientos marcan lo que llamamos el camino de fe de Abraham. Este itinerario de fe tiene su punto culminante en el momento en que Dios le dice a Abraham: “Toma a tu hijo, a tu único, el que amas, a Isaac; vete al país de Moria. Y ofréceselo en holocausto en uno de los montes, el que yo te diga” (Gen 22,2).
Isaac era el don más precioso que Dios había dado a Abraham, pero como el hombre tiene el corazón perverso convierte los dones de Dios en idolatrías concretas, por eso Dios corrige a Abraham, como un padre corrige a su hijo, en el más profundo centro de su perversión.
Cuando Israel llega a la tierra prometida, Yaveh le da un mandamiento de vida eterna: “Escucha Israel. Yaveh vuestro Dios es el único Yaveh. Amarás al Señor tu Dios con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Dt 6,4-5). Esta palabra, Israel la interpretará como la auténtica revelación de Dios. Es el credo del pueblo de Israel.
Cuando Yaveh está diciendo a Abraham que sacrifique a su único hijo, al que ama, le está poniendo delante del culmen del camino de fe, porque Abraham al que ama no es a Yaveh, sino a su hijo Isaac.
Abraham queda con esta palabra sembrada en su corazón, una Palabra que le hiere profundamente al ser. Pero Abraham que en todos sus pecados encontró misericordia, ya conoce a Dios. Sabe que este Dios que le habla no es ningún monstruo. Sabe que este Dios le pide la vida proyectada en su hijo Isaac quien tiene que sacrificar, pero sabe también que Dios es Amor para con él y que: “Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien quiera que pierda su vida por mí, la encontrará”. (Mt 16,25).
Iluminado pues por esta experiencia profunda que tiene de lo bueno que Dios ha sido con él, Abraham obedece. Por eso dirán los Santos Padres de la Iglesia que en las Sagradas Escrituras Abraham es la fe y que si queremos saber si tenemos fe no hay que fiarse demasiado de cosas extraordinarias que nos sucedan, sino mirarnos en Abraham como en un espejo.
“Así pues levantose Abraham de madrugada y juntamente con los siervos se fue con su hijo Isaac, hacia el monte que Yaveh le había indicado”. El monte en la Escritura significa la Iglesia, porque solamente en la Iglesia se consuma la fe del hombre. El lugar donde va a ser sacrificado Isaac es el lugar de la manifestación de la gloria de Dios.
Al tercer día de camino, Abraham vio el lugar desde lejos de la misma forma que Jesucristo al tercer día resucitó del sepulcro y contempló la Gloria del Padre. Abraham dijo a sus siervos: “quedaos aquí con el asno, yo y el muchacho haremos adoración y volveremos donde vosotros” (Gen 22,5).
El Padre de la Iglesia, Orígenes, comentando este texto nos refiere que cuando Abraham dijo “volveremos” tenía la certeza total de que Dios podría sacar a su hijo Isaac de la muerte, en una clara alusión a la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Y si dice a los siervos que se queden en la falda del monte y no le acompañen es porque nunca un siervo puede contemplar la gloria de Dios. Dirá Jesús a este respecto: “No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo, a vosotros os he llamado amigos porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”. (Jn 15,15).
De esta forma cargó la leña del holocausto sobre su hijo Isaac, de la misma forma que el hombre de fe carga su cruz sobre las espaldas de Jesucristo, porque Él es el único que va a ser sacrificado. Este Jesucristo que carga con nuestra cruz es el Enviado del Padre para sacarnos de la desesperación en que, continuamente, nos mete el demonio.
Hay una catequesis sobre este punto que los judíos han elaborado para catequizar a sus hijos y, según esta catequesis, Isaac había dicho a Abraham: “Átame fuerte padre mío no sea que por el miedo me resista y no sea válido mi sacrificio”, y esto lo había dicho Isaac, porque cuando un animal era sacrificado a Yaveh tenía que ser perfectamente manso, ya que si pataleaba ante el chuchillo era rechazado. Por eso Jesucristo será el Cordero perfectamente manso que será atado a la Cruz para que su Sacrificio sea agradable al Padre.