La premisa de Barbie es muy sencilla. Su protagonista vive en Barbieland, un lugar en el que las mujeres tienen la voz cantante, mientras Ken y el resto de los hombres son meros comparsas. Pero al acceder al mundo real, Barbie descubre que todo funciona al revés. Resulta que lo que me ha dado pie para este artículo no está relacionado con el cine, sino con una reciente noticia sobre ayudas para nuevos autónomos en Extremadura, donde existe una gran brecha de género en prestaciones. Si Ken, con la edad de Ryan Gosling, estuviese en paro y se hiciese autónomo en Extremadura cobraría cuatro mil euros menos de subvención que Barbie. Eso me lleva a preguntarme si en Extremadura estamos en una especie de Barbieland con trenes que se averían.
Después de ver Barbie me parece aún mejor su campaña de marketing, que incluso ha logrado involucrar a muchos espectadores que asistían a los cines con ropa rosa. La película pretende ser sofisticada, pero tiene un guión -estructurado entre dos mundos- que si lo piensas, no hay por dónde cogerlo. Me sorprende su cantidad de críticas positivas, sin embargo, luego ves las reseñas de usuarios más valoradas en Filmaffinity y la historia es completamente distinta.
La cinta comienza con una secuencia visualmente inspirada en 2001: Una odisea del espacio, en la que unas niñas destrozan a sus muñecos de bebés, cuando emerge ante ellas la perfecta Barbie. Es un fragmento con un fondo perturbador, aunque también es el reflejo de un cambio de mentalidad que ha propiciado un invierno demográfico sin precedentes. La directora, Greta Gerwing, les dice a las niñas que se centren en sus sueños, desde una visión ligada al individualismo posmoderno. Parece que eso de ser madre -o padre- es algo que puede fastidiarte.
Cada vez se intenta alargar más la juventud, que es el ideal que los medios y la publicidad nos venden, a la vez que relegan la maternidad a un plano secundario. Y Margot Robbie representa ese arquetipo de mujer joven y perfecta. Es el tipo de actriz que Hollywood adora y de la que suele olvidarse al cumplir los cuarenta. Son de sobra conocidos los casos de intérpretes -algunas con un gran talento- que al llegar a esa edad, y dejar de recibir papeles, se han hecho verdaderas atrocidades faciales. Esa presión por la estética, por tener una imagen determinada, se está extendiendo ya a los veintitantos y responde a una búsqueda de la identidad propia a partir del amoldamiento a un ideal externo.
El largometraje está impregnado de la ideología dominante habitual en el cine comercial actual. Hasta Barbie sufre un revés cuando una chica del mundo real le llama fascista. Pero no nos engañemos, se trata de una irreverencia más que medida, como todo en una producción con un coste superior a cien millones de dólares y una inversión publicitaria -según Variety- de otros ciento cincuenta millones. En realidad, no hay nada transgresor hacia Mattel y su muñeca. Transgresor es, tal y como está el patio, pagar la hipoteca, el alquiler o llenar el depósito del coche.
Los hombres que aparecen en Barbie son tan penosos que no da la sensación de que el film transmita un mensaje de igualdad, sino de superioridad de la mujer. Nos hemos ido de un extremo a otro, sin encontrar el punto de equilibrio. No comparto el enfoque de la cinta ni sé muy bien qué aporta la guerra de sexos al objetivo de que cualquiera tenga los mismos derechos que el resto, con independencia de su género.
Lo que nos dice la película es que si las mujeres están al mando, las cosas funcionan bien, algo por otra parte lógico con sus pésimos personajes masculinos. Aunque esto lo que me lleva es a pensar que las mujeres más importantes de mi vida nunca han necesitado a gente gris a su alrededor para brillar. Todo lo contrario, son de ese tipo de personas especiales que hacen mejores a los demás y no precisamente porque necesiten demostrarle nada a nadie.