Mirando al cielo

Durante los años veinte del siglo pasado, México vivió una época marcada por un fuerte anticlericalismo, que alcanzó su punto álgido en 1926 con la entrada en vigor de la ley Calles. El objetivo del gobierno era socavar los cimientos de la Iglesia católica, mediante prohibiciones en el culto y la educación religiosa, y el control de los consagrados. Esta legislación provocó que una parte de la población tomara las armas para luchar contra el ejército federal en la guerra cristera.

En este contexto, Mirando al cielo -que se estrena en España el 29 de septiembre- se centra en José Sánchez del Río, un chico que sigue los pasos de sus hermanos mayores y se une a los cristeros, pese a la oposición inicial de sus padres a dejar marchar también al menor de sus hijos. Comienza con el encuentro entre un sacerdote y un hombre moribundo, Rafael Picazo, quien fue la máxima autoridad del pueblo de José y el padrino del muchacho. Esta introducción es el preludio de un largo flashback, donde se narra la historia del protagonista.

En la película se hace alusión a la vía dialogada que buscó la Iglesia católica para solucionar el problema originado por la ley Calles. Por otro lado, en una secuencia durante una misa se apuntan las diferentes posturas de los fieles, divididos entre la lucha armada, el miedo y la resistencia pacífica. Este debate, sin embargo, se desarrolla sin los matices que aportaba Cristiada.

Los medios de la producción no tienen nada que ver con los del film de Dean Wright y Andy Garcia. De hecho, se trata de un largometraje muy justo de recursos. Su interés está en que da a conocer la figura de José Sánchez del Río, un joven cristero torturado y asesinado por el ejército federal con solo catorce años, que fue canonizado por el papa Francisco en 2016. Asimismo, la cinta recrea un periodo convulso en México, donde se produjo una de las muchas persecuciones que ha sufrido el cristianismo.

Resulta encomiable la fortaleza de un adolescente firme en su fe, que es mostrado como alguien sin temor a la muerte. Su determinación y el propio conflicto cristero, con sus luces y sombras, dejan constancia de que la libertad es intrínseca al ser humano. Ni las restricciones de gobernantes ni la violencia pueden arrancar creencias arraigadas en el interior de una persona.